Hubo un tiempo en que leíamos a José Luis Martín Descalzo, Miguel de Unamuno, Karl Jaspers, Ignacio Larrañaga, Ethel Krauze. Y con afanes mínimos de rebeldía, a J. L. Borges, Cortázar, Benedetti, Cela, Saramago.

Los días de las letras. Mientras El Matizador Don Leo se daba de topes contra ideas que cupieran exactamente en un endecasílabo, le mostraba, por mi parte, al P. Cárdenas mis poemas, extraños con sus versos libres de una veintena de sílabas. Entonces escribir era fácil. Bastaba con sentir las teclas mecánicas de una máquina de escribir, y medirse con la hoja en blanco que se ajustaba perfectamente a sus bordes. Y comenzaba el hervidero de grillos.

Hubo un tiempo en que escribíamos cuentos, algunos de los que el cesto de basura hizo suyos. Otros, pocos, quedan de los que una idea mínima aún se sujeta a alguna neurona, el estilo era inocente, pero Nuestro. De aquellos días queda algún cuaderno repleto de borrones, de letras desesperadas y garrapateadas con tinta china y un cálamo de caligrafía. De pronto, leíamos distanciándonos un poco más: la preceptiva literaria contra los escritos de Octavio Paz y su Sor Juana, de pronto los ejercicios espirituales de Loyola contra El Muro, de Sartre.

Sabíamos que era parte del crecimiento, de la maduración. Y dejamos pasar el tiempo. Porque aún y cuando no le demos permiso, ni autorización ni cuentre con nuestra venia, el tiempo pasa. Y otro buen día, nos encontramos compartiendo una mesa con el P. Cárdenas, que se sentía 'como entre los dos ladrones', inventando y reinventando argumentos que salían, subrepticios, de los cuentos maniatados en un centenar de páginas.

De los recuerdos, los buenos se atesoran y crecen allende distancias y tiempo. Los caminos, distintos, que hemos seguido, nos llevarán a fin de cuentas, a encontrarnos algún día -lo sé-, de nueva cuenta, en una mesa. Donde estará el leoncito mirando a su padre, donde espero, por lo menos, mi mujer me acompañe.

Y sabremos que las letras son redondas: siempre vuelven al lugar primigenio, al gozo de las lecturas inocentes, ajenas a todo deconstructivismo.

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