Patria mía.

A M. Vinicio D. Juárez

Me aferro a lo que soy
con el ancla por mis abuelos creada.

También suspiro por esta tierra
y por la gente que es también mi gente.
Y desespero con ellos
cuando el sueldo de la semana
se acaba completo en tres días.
Y grito con ellos
cuando el pasado ruge
su aliento de azufre
camuflado en los fusiles
de una revolución que no anda.

También me gustan las verdes
andanadas de aire oloroso a guayabo.
Y la dulce mezcolanza del azúcar
guardadita en su caña,
supurando delicias cristalinas.

He sido desterrado algunas veces:
me arrebataron la patria
con la intención de que la renuncia
me quedara al cuerpo cual camisa nueva.

-Es más doloroso el destierro
cuando el pensamiento y la esperanza huyen
y el cuerpo mísero se queda en el mismo lugar-.

Me han quitado poco:
apenas un recuerdo de paz insatisfecha,
apenas un recuerdo de salarios estratosféricos
apenas un recuerdo de rejas de mango
apenas unas medidas de a litro
para rellenar con los frutos terrosos
de tres o cuatro toneladas de cacahuates.

Me quedan, en las piernas y brazos
algunas cicatrices:
arañazos de alambres de púas
brincados mal, brincados a medias
cuando el miedo a los perros guardianes
era menor al hambre
a la fuerza que mantenía sujetos
los bordes de una camiseta
repleta de naranjas.

También he rescatado
el sonido de una posta
disparada sin tino, disparada nomás por asustar
a los críos que se brincan las bardas
que sólo se llevan los frutos más verdes
los más agrios.

De poco me sirve
que alguien se rasgue las vestiduras
gritando que la bandera ha sido ultrajada
gritando que no tenemos derecho
de hacer con lo nuestro lo que nos venga en gana.

Mienten!
Porque la patria es mía:
es mío también el suelo
y el sudor del campesino,
la voz y la furia del poeta,
los dedos ampollados de guitarristas,
las canillas maltrechas de pianistas.

Porque también es mía el águila
y su sierpe jamás endilgada
también es mío el verde que se visten
los militares en sus desfiles inútiles año tras año
también es mío el blanco
resplandor de atardeceres neblinosos
cuando la lluvia es bendición
y castigo.

Porque también es mía
la sangre que corre
entre los labios cada vez que unos señores
arreglando sus cuentas y cuitas
'por abajito del agua'
me dan otro bofetón
que ya quisiera el SantoCristo.

Porque también es mío
el silencio del que calla a fuerzas,
y la minúscula lágrima rodando
por el rostro de quien me pide una moneda
sin imaginar siquiera que yo también
necesito una.

Y más que el dolor
es mía la algarabía
que asoma entre botella y botella
cuando el futuro es una palabra
hermosa y bella
pero a fin de cuentas una mera palabra:
cuando sabemos que el paraíso
o es paraíso aquí
o es infierno mentido.

No dejaré que me quiten
lo que es mío.

Porque es hora
que he dejado de pertenecerme:

oigo una voz a mi lado,
es mi hermano
diciendo lo mismo.

J. Francisco A. Elizalde
México, Frontera Norte
20-Sept.-2006

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