De absentia

He estado 'dándome' tiempo, tomándolo de entre las ocupaciones inmisericordes de mi nuevo trabajo, nada más alejado de la literatura, música y filosofía.

Mientras recorría un camino periférico, recordé aquellas tardes y noches en que Simitrio, haciendo uso de su incomparable capacidad de convencimiento, lograba retirarme de mi encierro voluntario, y me permitía acompañarle a ver y saludar a la interminable lista de amigas y amigos que le esperaban en Jalpa.

Habíamos recién roto los muros de una prisión inverosímil, y nos encontrabamos de frente con una realidad llena de colores, sabores, los rostros uno tras otro, los gestos, las miradas.

Aún re-leo las páginas de los diarios que guardo de aquellos tiempos, y poco a poco los nombres que van saltando de ellos comienzan a ser eso: sólo nombres. Mi capacidad de retención de un rostro es mínima, los saben quienes me conocen. De repente encuentro algún apunte mencionando una carta escrita a alguien que hoy no sé quien era, o una conversación que me es imposible recuperar: ignoro quién o quiénes eran los interlocutores.

Regresa entonces la presencia constante de ese crecimiento conjunto: Simitrio poetizaba, y mis pretenciones filosóficas aleteaban sobre lecturas y pláticas. Nos entretenían otros aspectos más inasibles de la realidad de entonces. Éramos defensores inquebrantables de la grafología. Lo peor de todo era que éramos buenos en la materia, pocas veces -ninguna, según lo que recuerdo- fallamos.

La seguridad de que estábamos cultivando algo se mantuvo a lo largo de años que aún no terminan. Sé que la simiente germina escondida por una capa de tierra, sé que seguimos creciendo de formas insospechadas. Porque crecen las ramas, extendiéndose bajo el firmamento, y también las raíces penetran más profundamente en el elemento que le da nutrientes y fundamento. Cuáles serán los frutos de este cultivo...? Lo ignoro, mas sé que serán frutos exquisitos: la espera siempre vale la pena.

Salud, Fratre.

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