Heinrich Böll - El riesgo de la Literatura [Ensayo]

Heinrich Böll
El riesgo de la Literatura
1956

Hace siete años acudí al despacho del editor de una conocida revista. Quería presentarle un manuscrito. Me hicieron pasar y se lo entregué; era un cuento. Ni siquiera le echó un vistazo; lo puso sobre un montón de papeles que cubrían el escritorio, y pidió a la secretaria que me trajera café. El, por su parte, se bebió un vaso de agua y dijo: "Ya leeré su manuscrito más adelante, dentro de unos meses, quizá; tengo mucho que leer, ya puede usted imaginarse. Pero permítame que le haga una pregunta a la que ninguno de sus antecesores -ya son siete los que han pasado esta mañana por aquí- ha podido dar una respuesta satisfactoria. ¿Cómo es que hay tantos genios -y lo dijo sin ironía- y tan pocos ejecutivos como yo? Amo la revista que edito, pero no me moriría si tuviera que volver a ejercer mi antigua profesión: era jefe de publicidad de una fábrica de hojas de afeitar y de paso escribía críticas de teatro porque me agradaba. ¿usted ejerce alguna profesión?"
"En la actualidad soy empleado de una oficina estadística."
"Y odia usted su profesión, se siente humillado, por su trabajo?"[37]
"No", dije, "no me inspira odio ni me humilla. Alimento -aunque más mal que bien- a mi mujer y a mis hijos".
"¿Pero usted siente la necesidad de andar por el mundo con esos manuscritos arrugados, pasados a máquina con errores, o encomendarlos al correo, y seguir escribiendo aunque se los devuelvan todos?"
"Sí", contesté.
"¿Y por qué lo hace? Piénselo bien, su respuesta será a la vez la respuesta a mi primera pregunta."
Jamás me habían hecho esa pregunta. Me puse a pensar mientras el redactor comenzaba a leer mi cuento.
"No me queda otra alternativa", dije al fin.
El redactor alzó la vista, arqueó las cejas: "Es una respuesta muy buena, una vez se la oí decir a un atracador. El juez le preguntó por qué había proyectado y llevado a cabo el atraco. No tenía otra alternativa, dijo."
"Probablemente tenía razón", opiné, "lo cual no excluye que yo también la tenga".
El redactor permaneció en silencio y terminó la lectura de mi cuento. Era de cuatro holandesas. Durante los diez minutos que tardó en leerlo, estuve pensando en una respuesta más adecuada a su pregunta, pero no di con ninguna. Bebí mi café y fumé un cigarrillo. Sin duda, hubiera preferido que no leyera el cuento en mi presencia. Al fin acabó, precisamente cuando yo encendía mi segundo cigarrillo.
"Me gustó su respuesta a mi pregunta", dijo, "pero su cuento no me gusta. ¿Tiene otros?".
"Sí", contesté. Y de los cinco manuscritos que llevaba en la carpeta elegí una narración breve y se la di.
"Preferiría esperar afuera", dije.
"No", contestó, "usted se queda aquí".
El segundo relato era más corto, no más de tres holandesas, justo el tiempo suficiente para fumar el cigarrillo.
"Este cuento es bueno", dijo el redactor, "tan bue[38]no que no llego a creer que los dos hayan sido escritos por la misma persona".
"Y, sin embargo, yo he escrito los dos."
"No lo comprendo", replicó, "es increíble. El primero es uan especie de cursilería religiosa muy presuntuosa. Es inadmisible. Y el segundo... no tengo ningún motivo para lisonjearlo, pero en verdad es excelente. Explíqueme eso, se lo ruego".
Por supuesto, no pude explicárselo, ni tampoco he podido encontrar una explicación hasta la fecha. A mi juicio, el escritor se asemeja realmente a ese atracador que proyecta un robo a costa de indecibles esfuerzos, que durante una noche, en una soledad fatal, fuerza una caja fuerte, sin saber cuánto dinero ni cuántas joyas encontraría. Sin saber cuál será su botín, arriesga veinte años en la cárcel o la deportación y la colonia pentienciaria. Con cada nuevo trabajo, los escritores y poetas arriesgan, a mi parecer, todo lo que han escrito hasta entonces. Es el riesgo de encontrar la caja vacía, de ser sorprendido, de perder los beneficios de todos los robos anteriores. Sin duda, el autor se caracteriza por el hecho de ser quien es, con su estilo, con su filigrana que lo distingue de los demás, con su sello de maestro. Pero la auténtica prueba comienza cuando los otros, los lectores y los críticos, le otorgan ese sello. Entonces, el escribir no siempre significa "no tener otra alternativa"; a veces, puede convertirse en una mera rutina, en una rutina con el sello de maestro, desde luego. Para el atracador experto y para el boxeador experto, cada nuevo atraco, cada nuevo combate es más duro y peligroso que el anterior, pues la inocencia ha desaparecido y su lugar ha sido ocupado por el saber. Lo mismo debería sucederle al escritor, y puedo asegurar que para muchos, en efecto, es así, aunque cuelgue en la biblioteca el diploma de maestría con el sello del gremio. Un artista tiene muchas posibilidades, sólo una le ha sido negada: retirarse, jubliarse. Desconoce el concepto de hora de cierre, aunque sea un gran con[39]cepto, un concepto humano, digno de envidia; a no ser que "ya no tenga qué decir", para siempre o por un período limitado, y decidiera aceptar este hecho como irreversible. Entonces dejaría de ser artista. Es algo que en mí no tiene cabida. Leí una vez, en una reseña cuyo autor he olvidado, que una mujer no puede quedar un poco embarazada; a mi juicio, tampoco se puede ser un poco artista, sea cual fuere la profesión que uno ejerce.
"No tener otra alternativa" es una frase altisonante, pero no he encontrado mejor respuesta a la pregunta de por qué escribo. El arte es una de las pocas posibilidades de vivir y de mantenerse vivo, tanto para aquel que lo ejerce, como para aquel que lo recibe. Nacer y morir, y todo lo que ocurre entre estos dos extremos, no pueden convertise en rutina; tampoco el arte lo puede. Sin duda, existen personas que llevan una vida ritunaria. hay artistas, maestros, que se han convertido en meros rutinarios; sin confesarlo a los otros ni a sí mismos, han dejado de ser artistas. No es haciendo algo mal como uno deja de ser artista; uno deja de serlo cuando comienza a temer los riesgos.

Heinrich Böll, "Más allá de la literatura - Ensayos políticos y literarios", Trad. de Adán Kovacsics, 'Narradores de Hoy, Textos - 104', Bruguera.

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