Xallpan: De mithologia I


Crecí y viví mi niñez y adolescencia en Jalpa.

Hoy comprendo el cuidado que tuvo mi madre de nosotros, cuando éramos unos críos corriendo por sus calles empedradas, jugando a la orilla de aquel río verdoso, o lanzando piedras desde un desbancadero donde corría un arroyo que sólo se llenaba en tiempo de lluvia.

Los abuelos contaban historias extrañas, y Deo gratias, no nos dejaron nunca entrever la realidad terrible que se encerraba en sus calles.

Alguna vez Simitrio Quezada comentó que también fue parte de esta mitología falseada, oyendo relatos de los tiempos cuando en el pueblo corría el dinero, y para atestiguarlo en nuestra infancia aún habían varias cantinas o bares que debieron haber sido grandiosos precisamente en aquellos años.

Un relato me hacía reír, al no comprender el alcance de los hechos en él contenidos:

un amigo de mi abuelo, José Elizalde Flores, fue sorprendido por los soldados -serían mediados de los 50's o 60's- plantando mariguana en el patio de su casa. Cuidó tan bien las matas que estas sobresalían un metro o más de entre las cañas de maíz con que supuestamente se entretenía por las tardes.

Cuando lo llevaban preso, antes de enviarlo a la capital del estado, Zacatecas, los soldados lo amarraron de manos por detrás, y con sendas varas de mariguana escogidas para tal efecto 'le fueron dando una chicotiza por todas las calles del pueblo'.

'Ándale, pendejo, ¿ya ves lo que te pasó...? Y todo por andar sembrando esa maldita yerba...!' Era lo que gritaba su mujer, tras de él, y con otra rama de mariguana que también iba a caer sobre las de por sí lastimadas espaldas de su hombre.

Comprendo que la historia dorada de Jalpa se debía precisamente a eso: ser un paso obligado para la ruta de la mariguana que salía del centro del país, y aún en los ochentas y noventas eran famosas las búsquedas en la sierra de Tlaltenango de sembradíos a los que sólo es posible bajar caminando por laderas pronunciadísimas y húmedas y frías la mayor parte del año.

Al menos mis abuelos y mi madre no dejaron que supiéramos de estos episodios. Y crecimos felices cuan felices podíamos serlo, sobre aquellos empedrados y corriendo entre guayaberas y cerros. De aquella otra historia, mitología falseada, sólo nos llegaron atisbos.


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