Pedro Infante, Antonio Aguilar, Valentín Elizalde

...o nadie está de sobra aquí.

En mi anterior escuela no celebrábamos el día de muertos. Al menos no como en el instituto donde actualmente presto mis servicios.

Se organizó un concurso de altares de muerto, de calaveritas, y hubo comida a montón.

Me resultó curioso ver cómo se organizaron los altares, cómo se distribuyó toda la idiosincrasia de los mexicanos en esos altares hechos por alumnos y maestros, todos al par.

Altares para quienes son íconos, y quizá poco más o mucho menos, de nuestra 'cultura', incluidos movimientos recientes de música, como un altar exclusivamente hecho y dedicado a la memoria de Valentín Elizalde, en donde, por cierto, la corona era una fotografía de él, en su mejor pose, con un cd, no sé si el último que grabó en estudio. Dicho cd, hay que resaltar, no era pirata.

Me pregunto, fuera de concursos y demás, qué significa exactamente todo este despliegue de música y color para los alumnos, casi todos menores a los 24 años.

Con diez años de diferencia, es una vida completa la que tenemos por divisor: su cosmovisión choca de frente con la que pudiera ser la mía, tan lata a veces, pero bien definida ya. Ni qué decir que un movimiento a la inversa sería imposible: entre los jóvenes la memoria se reduce al tiempo que dura un mp3 en un dispositivo usb, y nada más.

No soy pesimista, más bien optimista. Porque aunque sea buscando por obligación en internet la noticia curiosa sobre un pesonaje que murió hace 50 años, estarán buceando, sin saberlo, en lo más profundo de nuestra psique.

Y es precisamente de estos buceos de donde nacerá la pervivencia de nuestra curltura, que sigue de una u otra forma, vigente a pesar de reggetoneros, cumbiamberos, y cantantes de narcocoridos.

Nuestro pueblo, Deo Gratias, sigue estando más allá de todo esto.

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