Amor, enamoramiento, sexo.

En este mundo, regido por normas tácitas y por normas escritas que sólo son referentes y ya no guías de conducta, hemos de apreciar que los cambios entre los conceptos y la terminología de lo amoroso, afectivo, ha cambiado muchísimo en los últimos 20 años.

Mientras el promedio de vida actual de un matrimonio ronda los 3 a 5 años, las parejas en unión libre se han permitido sobrepasar esos mismos límites, y extenderse de 5 a 8 años. Pocas llegan más allá.

Y el caso es que la familia como núcleo de la sociedad hace mucho tiempo que quedó relegada a un segundo plano. Si bien la vida en pareja, psicológicamente hablando, es lo óptimo, status ideal, en la práctica conjugar dos visiones y dos cosmovisiones es muy difícil.

Pareciera que el temor 'al compromiso' es norma general, y vivimos en ciclos o círculos viciosos, que tarde que temprano los hijos vivirán de nuevo.

El enamoramiento como tal surge de 'la química'. Se involucran los sentimientos como un acto reflejo, igual que sucede cuando, por ejemplo, nos quemamos con las mechas de la estufa. El enamoramiento se instala pasajeramente en la pareja, y libera todo aquello que químicamente se conoce como endorfinas, serotonina y demás. Una vez pasado, el enamoramiento culmina en tristeza. Si tal tristeza es crónica, tenemos entonces 'la amargura'. Si tal tristeza se deja de lado y asume como una etapa dentro de un crecer continuo, entonces la llamamos 'mala racha'.

El amor es distinto. Mientras no comprendamos que el amor implica y nace de un acto de voluntad -amo porque quiero amar- el amor como tal seguirá siendo poco menos que una utopía para todos. No se trata de ver la vida color de rosa, se trata, precisamente, de esmerarse en cuidar al otro, tal como quisiéramos que nos cuidaran a nosotros. El amor es por sí mismo, altruista: busca que 'el otro' crezca, que fructifique, que dé todo lo mejor que haya por dar. Busca que 'el otro' se realice como tal, y tenga una persistencia, y pervivencia, en el mundo. El enamoramiento nó: sólo toma. Y se conforma con poco más que lo tomado.

El sexo entra en juego, tarde que temprano, en ambos estadios. Mientras en el enamoramiento es un sexo de orgasmos múltiples y noches febriles de entregas infinitas, en el amor es encuentro y re-creación de la otra persona a partir de la experiencia del propio cuerpo. Busco dar más que recibir, busco extenderme, sobre-vivir, en el otro, de la misma manera que me sé y me siento como una extensión 'del otro'.

Por eso el sexo por el sexo mismo no existe: ni siquiera en actos tan atroces como la violación podemos encontrarlo.

Cuando se identifican plenamente los estadios por los que atraviesa la vida amorosa de una pareja cualquiera, es cuando podemos comprender por qué el reggetón tiene 'tanto pegue', por ejemplo, aunque sus letras sean crudas, groseras, y todas traten a las mujeres como meros objetos sexuales. Y también entonces podemos entender que alguna canción, derrochando miel, pueda hacer que revivamos, detalle a detalle, instante a instante, todo lo que pasamos y fue importante en nuestra vida, aunque hayan pasado uno, dos, cinco, diez, veinte años.

Las canciones, expresiones eminentes de lo excelentemente sentimental y afectivo, tienen una aceptación que nace, explícita y específicamente, del momento en que se vive, con toda la cultura, hábitos, deseos, sueños, anhelos, frustraciones, odios y amarguras.

En una palabra: dime qué oyes y cómo oyes y te diré cómo eres, y cómo has sido.

Greg.

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