De autocensuras y otros absurdos


La semana pasada, en una jugosa y sabrosa plática vía messenger con Simitrio, formulé una pregunta válida, para la que no habrá solución -hasta donde puedo ver- fácil:

¿La autocensura, como tal, se circunscribe únicamente al hecho de callar algo que se quiere decir por una presión interna cualquiera [de tipo moral, psicológico, ideológico, social, político, religioso], o también puede aplicarse al hecho de decir o escribir aquello que los demás quieren que el escritor escriba aún cuando éste no lo quiera escribir?

Sobre lo primero supongo no hay vuelta de hoja, la autocensura equivale al hecho mismo de tener que abjurar de ideas, conceptos y obras en cuanto creaciones propias. Se dá en todos los ámbitos del arte: música, pintura, escultura, teatro, danza, literatura, cine...

Lo segundo pareciera que cae en otra categoría. No es así.

Cuando la autocensura se formula como una decisión tomada partiendo de 'pulsiones internas', entonces estas mismas pulsiones llevarán a dos direcciones, que aunque no sean simultáneas sí pueden resultar por lo menos consecutivas.

Un texto mutilado por la autocensura termina siendo, a fin de cuentas, un texto maquillado para que guste a un lector determinado. La autocensura impide que dicho texto sea como una botella tirada al mar, se autocensura de frente a un lector concreto, y nó ante 'el lector' como arquetipo platónico.

Lo segundo, escribir o hablar o decir con la intención de agradar o no crear disturbios en el medio es conocido generalmente como 'lisonja', o 'adulación'. En este caso, el autor mismo percibe que aquello que ha escrito no corresponde a su intención primigenia, y termina siendo un discurso quizá nó mutilado, pero sí injertado de piezas que le sobran, y no serán jamás partes o integrantes naturales del texto mismo.

Las observaciones sobre este último hecho son pertinentes cuanto más porque los grandes historiadores del siglo XIX se toparon con ellas y tuvieron que medirse a golpes contra los documentos históricos. El caso más claro y fácilmente identificable es el de Burckhardt y su obra sobre Constantino el Grande, donde se traba en el problema de una valoración histórica del encomio que hace Eusebio sobre Constantino en su 'Vita'.

Y curiosamente donde he visto con frecuencia también esto último, escribir de frente al gusto del lector es en los blogs, explosión hipertextual que se supone son un medio donde la libertad absoluta -casi absoluta- es la norma.

Esa expresión de 'estoy cansado de escribir' y seguir escribiendo o 'ya no quiero escribir para que a los visitantes les guste' o 'terminé escribiendo lo que no quería escribir' tiene su equivalente exacto en el segundo cuestionamiento de la pregunta. La autocensura nos obliga a 'ser agradables' a los visitantes, esto es, no decir ni escribir ni plantear cosa alguna que resulte chocante al lector, y a la vez escribir y plantear todo aquello que el lector quiere leer.

En una sabrosa conversación, aunque breve, con Caro, llegábamos a la conclusión de que existen 'pequeños trucos' para aumentar el tráfico de un blog, o sitio cualquiera. Y los conocemos. Con sólo escribir la palabra adecuada, colgar el video adecuado o suscribirse a algún proveedor de noticias que sea verdaderamente el indicado tendremos visitantes por millares.

Y entonces la presión crece y aumenta sobre el propietario de blog.

Y para terminar: el tráfico sobre un sitio pesa. Por eso contesté el quiz sobre cuánto podría valer este blog. Otros, cuyos nombres no recuerdo están valuados en miles de dólares, el mío no llega al centenar.

Y eso me da la tranquilidad de poder escribir con una libertad que quizá muchos podrían echar de menos -'escribir el español como se piensa' dijo Jesús Olague en la respuesta a un post buenísimo de Simitrio-, y con el número contado de visitantes que llegan por aquí, por poner un ejemplo, no me incomoda ni me crea cargos de conciencia haber publicado ayer la foto de una chica sin ropa y con diminutos postits cubriéndole parte del cuerpo, y hoy amanecer colgando las fotos de mi beba y mi esposa.

Ni una cosa viene en detrimento de la otra, ni una invalida a la otra.

Ya sería absurdo en este espacio donde hay palabras que no pueden escribirse -cierto día del que no recuerdo la fecha intenté escribir algo sobre la pedofilia y me llovieron al buzón advertencias automatizadas de este sitio y la amenaza de sumarme a una honrosa lista de degenerados sexuales- ponerse frente al teclado y comenzar por mutilarme dedos y lengua y cerebro.

En fin, quienes me conozcan un poco, verán que estas son las menores contradicciones que podrán encontrarme llevando a cabo cada vez que se presenta la oportunidad.

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