Ma vlast

Son dos piezas que no concibo una sin la otra: Ma vlast y Die Moldau.

Ese tan traído y llevado nacionalismo de Smetana, la pasión de sus orquestaciones firmes y los temas tremendamente masculinos a la vez que con la delicadeza de lo femenino a cuestas, no pueden comprenderse sin un profundo arraigo en las raíces de lo que se es.

Mil veces he dicho y seguiré diciendo que, contra todo lo que pudiera parecer, Carlos Chávez hizo lo propio con la Chaconne de Buxtehude, que orquestó en la primera mitad del siglo XX. Si los políticos, literatos, escultores y poetas hubieran hecho un poco más de caso a la intensidad apenas contenida en sus armonías, timbres y coloraturas, otra sería nuestra literatura hoy. Con sus excepciones, pilares solitarios que sobresalen de la masa informe de cultura y culturas y tribus urbanas, nuestra música y literatura no ha tenido un desarrollo plenamente palpable, igual que en otros países. Nuestra cultura es una cultura de saltos, de brincos dados 'sin ton ni son'.

Cuando leí el ensayo sobre la generación de los 70's, a la que pertenezco irremediablemente, algo pasó en mi de por sí jodido cerebro. Comprendí, de pronto, por qué mi incapacidad de terminar mi tercer novela, que tiene casi siete años esperando que le ponga un punto final y un reacomodo de los capítulos todos que ya se han escrito. Comprendí por qué no me siento alterado ni indignado cuando alguien como Witz escribe su poema de 'La patria entre mierda' [y al contrario, me urge la impaciencia por plantarme ante las Cámaras y gritarlo en voz alta], y por qué ni me vá ni me viene que Gregory no sé qué exponga su obra en el zócalo, y me haga sentir que sí, este señor maneja excelentemente bien el photoshop, pero usa demasiados tonos en oro.

Jaime Mesa nos etiqueta como 'La generación inexistente'. A la mierda, aquí estoy, aquí estamos, partiéndonos el lomo, escribiendo, componiendo, pensando y repensando en qué momento se jodió este pinche país, como bien dijo Vargas Llosa en 'El hablador'.

No puedo ni quiero tener remordimientos de soltar pestes contra algunas novelas de Carlos Fuentes o la obra de Monsiváis, o decir que plenamente admiro los malabres suicidas de Umberto Eco o que me emociona la novela cuya portada he publicado un par de posts más abajo. No es la cifra ni la identidad actual de México lo que me preocupa, es la identidad de CADA UNO de los mexicanos que están luchando por dejar de serlo, ya que este país se está yendo a la mierda cada día que pasa, y siempre 'los otros' son quienes de están llevando la mejor tajada de pastel.

Cuando escucho a Tambuco, y sus interpretaciones, me digo conscientemente: Carajo! No hay nada qué pedirle a Boulez y el Intercontemporain Ensemble y sus interpretaciones de Berio!

Que me dieran una pinche orquesta, un ensamble como ese, y veríamos de qué xilófono salen más semifusas. Que me dieran la posibilidad de publicar esa modesta edición de 2000 ejemplares y veríamos qué podríamos ensamblar hoja por hoja antes de que los bosques y el papel se nos acaben.

No somos una generación de sueños, eso lo tenemos claro: ya no hay tiempo para soñar. Porque en el sueño desperdiciamos vida, tiempo, recursos, fuerza.

México tiene una sola salida: aceptar lo que se es, armarse hasta los dientes con su bagaje cultural, y salirle al encuentro al mundo de tú a tú, y sin agachar los ojos.

Para eso hace falta tener los güevos bien puestos. Y no tenerle miedo a las comparaciones: cuando se nos compara 'con alguien más' es que vamos por el camino correcto: hemos dejado entonces de ser islas enmedio del mare magnum de la historia.

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