Voltear hacia atrás... con la mano en el arado

Incontables veces me ha salido al paso esa frase.

Está en la Escritura, por supuesto, y se atribuye a los labios de nuestro Señor.

Pero estos días he reflexionado -laicalmente hablando- sobre el sentido de esta frase, enigmática de por sí, y la realidad actual de la Iglesia, creyentes, sacerdotes y demás involucrados que afrontamos día con día.

Con la historia que traemos a cuestas pretender hacer tabula rasa y comenzar desde el principio es prácticamente imposible. Estoy convencido de que el mandato mismo de 'no volver la vista atrás una vez que se ha tomado el arado' vá en un sentido más alegórico que práctico. Ni siquiera los apóstoles lo pusieron en práctica.

El pasaje que menciona específicamente la curación 'de la suegra' de Simón Pedro es claro al respecto. En el camino, predicando, convirtiendo, y con todo aún se daban tiempo para regresar 'a las casas de'.

Supongo que no sería Simón Pedro el único caso, pero sí el más recordado por lo que sucedió en esa ocasión. El énfasis del texto es chocante incluso: parecería que la suegra de Simón importaba precisamente porque no había nadie más que sirviera la mesa y atendiera 'a los visitantes'.

Pero dejado de lado el aspecto más folklórico del relato, apreciamos en esa Iglesia en ciernes:

-que no se cortaba de tajo la pertenencia a la 'familia carnal', sino que todas las advertencias referentes a dejar a padre y madre y demás hablaban de una nueva realidad donde había qué cambiar comportamientos y convicciones más que de una destrucción del orden antiguo y comienzo desde cero.

-que los mandatos dichos y después escritos del Maestro no iban contra la dignidad ni la naturaleza humana.

Y esto último es suficiente para volver a abrir el debate y crear una discusión -discusión que también ahora es impracticable, visto quién cuida del papado actualmente: un heredero directo de la tradición más rancia y conservadora auspiciada por JPII.

Dos dedos en dos llagas: divorcio y sacerdotes casados.

Mil y una estratagemas se han hecho para salvaguardar la indisolubilidad del matrimonio católico, mil y una muertes por esto ha habido, y seguirá habiendo hasta tiempos que nadie sabe cuándo terminarán.

Los sacramentos católicos 'que imprimen carácter' son: Bautismo, Confirmación, Orden Sacerdotal. Esto es, que la impronta dejada en el recipiente es indeleble. Eso lo comprende incluso un neocatecúmeno o neófito.

Los que no imprimen carácter: Eucaristía [el acto de participar activamente en la asimilación del cuerpo y sangre del Señor físicamente], Sacramento del Perdón [cambiado por lo menos de nombre 3 veces en los últimos 25 años -según lo que recuerdo-: Penitencia, Confesión y Reconciliación], Unción de los enfermos y matrimonio.

Y este último, con todo y 'no imprimir carácter' sigue pretendiéndose que sea 'indisoluble'. Decía que en el caso de los tres primeros sacramentos comprendo que la marca sea indeleble: hasta el fin de los tiempos se seguirá siendo bautizado, confirmado o sacerdote [Eris sacerdos saecundum rituum Melchisedechis...].

En el caso de los últimos, que tienen por 'cifra' común la 'frecuencia', también lo entiendo en los primeros tres, nó así en el matrimonio.

Es una contradictio in principiis pretender que algo que une quien tiene la facultad de unir y desunir nó pueda ser desunido por el mismo que ha llevado a cabo la unión. El matrimonio, en su estado actual, anularía la efectividad de la potestad legada: 'todo lo que aten en la tierra...'

Resuélvanlo los teólogos católicos como lo quieran, la letra es sencilla y simple, y si el Señor mismo no dejó las teologías elaboradas con que contamos hoy día fue precisamente porque lo más dañino son encajonamientos cerrados -como los de algunas sectas judías con las que literalmente hablando se topó el hablar y predicar del mismo Cristo-, y que hoy son norma común en la Iglesia.

Sacerdotes casados.

La Iglesia de occidente hizo caso omiso a un asunto primordial y le ha sacado la vuelta por lo menos los últimos mil años.

No hablaré de más, sólo diré que la ordenación dentro de la Iglesia Católica de sacerdotes casados resolvería más problemas que aquellos que supuestamente podría causar. Tenemos una tradición hermana en la Iglesia Ortodoxa, en donde también existe para los sacerdotes la opción de ser 'sacerdotes célibes', y con todo y esa tradición riquísima, seguimos buscándole tres pies al gato.

Como no-teólogo que soy, pero como católico practicamente que pretendo ser, tengo también derecho a pensar y a no dejar pasar de largo algo evidente: esta Iglesia es todo menos aquello con lo que en su día Dios hecho hombre pensó.

De eso no tengo ninguna duda.

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