Credo ut intelligam

Tendría dieciséis años cuando leí por primera vez este adagio del célebre monje bretón.

La reseña de la historia de la filosofía le dedicaba un capítulo separado, de un par de páginas, intentando -hoy sé que sin lograrlo de todo- dar una idea acabada y redonda de lo que suponía semejante afirmación, dicha y expresada en tal forma, y sobre todo, situada en su tiempo.

Unos meses después Unamuno me ayudó a regresar a la frase, esta vez con ese escepticismo y ese afán de escándalo que supone re-visar a fondo cualquier cosa que nos haya sido dada hecha, completa, digerida.

Y el credo ut intelligam pasó de afirmación a petición de auxilio, grito despiadado de ayuda.

Clamor.

Después vendrían los arranques lingüísticos y el análisis de la expresión según una 'forma' determinada de pensamiento o un 'orden' de categorías mentales.

A últimas fechas he pensado mucho sobre el significado que pudiera tener esa misma frase en nuestros días, o en mis días actuales, y resalta de inmediato la falta de análisis de quienes pudieran, en un momento dado, estar siguiendo 'esa norma no escrita' de conducta como un utensilio mil usos con el que pueden enfrentar cualquier cosa y/o suceso.

Paradógicamente, aún cuando pareciera que el ámbito de las creencias personales pudiera verse beneficiado con la afirmación de Anselmo, es dentro de los ámbitos de la creencia personal e individual donde esta afirmación hace más daño, y en donde también ha sentado sus reales con más fuerza.

La fé, y el análisis de esa misma fé son dos cosas distintas. La fé implica un modus vivendi: se cree en algo y se vive conforme a lo que se cree. Y es algo también irreductible, que no admite medias tintas: o se cree o no se cree. En cuanto la fuerza de voluntad, el deseo entra en juego, tenemos el campo de batalla entre el querer creer, y el creer efectivamente, batalla que vemos las más de las veces representada en esos grabados que nos muestran a los santos entablando luchas monstruosas contra un maligno representado con su cola y sus cuernos.

Para quienes poseen la fé más allá de la lucha que implica el creer efectivamente, y el deseo de creer -que parte de una 'no creencia' a priori-, el análisis de esa misma fé adquiere un valor doble: o se cae en la herejía, en la transgresión conciente a la norma que indica no cuestionar lo que no puede -'ni debe' y es aquí donde radica la peor transgresión, o la traición efectiva- ser cuestionado, y mucho menos abarcado con el intelecto, y la segunda postura que es el desmontarlo todo, para por medio del conocimiento de cada una de las partes que conforman el todo, lograr adquirir un cabal conocimiento, y una plena comprensión de la fé como un fenómeno constitutivo y válido de la esfera psíquica llamada 'personalidad*' o 'conciencia individual*'.

Cuando la fé se ha obtenido a raíz de una lucha entre el no creer y el desear creer venciendo este último deseo, la fé misma es un concentrado que puede incluye variaciones irreductibles e irreconciliables con un credo específico determinado. Rara vez coincide con una lista o postulado de dogmas a priori, y frecuentemente quienes documentan el proceso y desarrollo que adquiere esta creencia, y a partir de esta creencia el modo de ver el mundo, optan por destacar los rasgos de heterodoxia descartando por anticipado los rasgos nimios 'de detalle' donde pudiera albergarse la heterodoxia, incluso la herejía misma.

Una variante de la situación anterior es cuando la fé se adquiere como un espontáneo, es decir, un hecho determinante que permuta y cimbra el conexto vital e ideológico que constituye el ámbito personal y psicológico del individuo. Partiendo de un hecho perfectamente determinado y verificable en el tiempo, se obtiene una conciencia de la que brota inmediatamente una certeza y sobre esta se sustenta y fundamenta entonces la fé. Pudiera llamársele 'El toque de Dios'. Y en esta última situación, si el individuo que somete a ese suceso cataclísmico el total de sus creencias y vivencias logra conjugar su estadio actual de fé con el estadio actual precedente de valores personales -por nó hablar de moral y principios- entonces ese postulado esquemático se verá reforzado y llevará al individuo a adquirir una certeza en una vertiente religiosa determinada. Se observa entonces que una vertiente religiosa no implica necesariamente un consolidado o resúmen acorde con una religión cualquiera, permitiendo incluso profesar una fé en un sentido determinado sin sujetarse, someterse o aceptar postulados específicos de una religión en concreto.

En los casos anteriores la fé como resultado traspasa los límites netamente racionales, superponiéndola al raciocinio que permite adquirir un conocimiento perfectamente bien estructurado, insertándose en la esfera psicológica y vital del individuo como un todo perfecto y terminado más que como un concepto o experimento de prueba-error susceptible de adquirir y admitir rectificaciones posteriores.

Siquiera en términos generales, el Credo ut intelligam asume la existencia de una fé que pretende alcanzar una comprensión cabal de sí misma: de dónde parte, hacia dónde vá y sobre todo, qué es lo que se cree y cómo se cree. Es una fé autocrítica y autoconciente, que no admite condicionamientos preexistentes.

El peligro radica en que en el proceso la fé no pueda soportar las evidencias que choquen y ataquen directamente aquello que se cree, y termine convirtiéndose en un desmembramiento efectivo de cualquier tipo de creencia. Quienquiera que pretenda aceptar los riesgos parte de una fé actual, y no puede afirmar -tampoco negar- que llegará al final de su búsqueda con un balance positivo o negativo. Es decir, no se sabe si la fé inicial terminará fortificada, o se debilitará con el peligro de desaparecer y desarraigarse por completo.

Cuando este mismo método de análisis y clarificación se pretende aplicar sobre un grupo de 'creyentes' que jamás ha tenido un acercamiento directo a lo que es una experiencia de lo religioso como tal, entonces el riesgo asumido es doble: un intelectualismo vacío que sobresaldrá de cualquier esfuerzo de fortificar la fé; y también el cerrar definitivamente cualquier posibilidad de adaptación de esa fé preexistente para fortalecerla, dando por resultado concepciones religiosas radicales incapaces de aceptar una modificación cualquiera por mínima que sea -y por tanto, también incapaces de adaptarse a un modus vivendi con sus cambios y alteraciones constantes-.


El Credo ut intelligam, con todo y su tradición de siglos encima, no puede tener eficacia alguna cuando pretende aplicársele como un método eficaz y eficiente. Es posible fortalecer y destruir la fé de una persona, es posible analizar y determinar las causas, razones y motivos.

Pero es imposible transmitir -entendido como el trasvase de un recipiente a otro- la experiencia de fé personal con todos sus tintes, acentos y particularidades a otra persona sin que esa persona haya recorrido una senda siquiera similar a la nuestra.

Aunque parezca legítimo, en última instancia no lo es.

Francisco Arriaga.

*Hablo de personalidad y conciencia individual como objetos propios del estudio de la psicología, que incluye además el bagaje de conceptos, vivencias, temores, percepciones e intuiciones propias de un individuo cualquiera; es decir tomo ambos conceptos en su sentido más lato, indicando esferas propias constitutivas de cualquier persona, ser humano o individuo.

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