Sobre los artistas

Quod scripsi, scripsi!


En nuestros tiempos el artista no desempeña en la vida pública un papel ni con mucho tan vital como el cumplido en épocas anteriores. Hoy en día existe la tendencia a despreciar a los bardos de la corte y a imaginar que un poeta ha de ser un ente solitario que proclama algo que los filisteos no desean oír. En otros tiempos las cosas eran muy diferentes; Homero, Virgilio y Shakespeare fueron poetas de la corte, cantaron las glorias de su tribu y las nobles tradiciones. (Respecto a Shakespeare, tengo que confesar que esto sólo es verdad en parte, pero que indudablemente puede aplicarse a sus dramas históricos.) Los bardos galeses mantuvieron vivas las glorias del Rey Arturo, glorias que fueron ensalzadas más tarde por escritores ingleses y franceses a los que el Rey Enrique II estimuló por razones imperialistas. Las glorias del Partenón y de las cátedras medievales estuvieron íntimamente ligadas con fines públicos. La música, aunque desempeñara su papel en los galanteos, se usaba principalmente para estimular el valor en las batallas, fin al cual, según Platón, debera estar limitada por la ley. Pero en el mundo moderno han desaparecido estas antiguas glorias del artista, salvo en el caso del gaitero de los regimientos escoceses. Honramos todavía al artista, pero lo aislamos; consideramos el arte como algo separado, no como el elemento integrante de la vida de la comunidad. Sólo el arquitecto, porque su faena sirve a un propósito utilitario, conserva algo del antiguo prestigio del artista.

Russell, 'Autoridad e individuo', p. 46-47.

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