Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México. 31 - 35.

Quod scripsi, scripsi!


31.- Lastimado el señor Montúfar, que no era muy sufrido ni muy amigo de los franciscanos, con aquella reconvención pública en tal ocasión y ante tal concurso, y acaso más por habérsele echado encima el brazo seglar, comenzó desde el día siguiente a levantar la información que original tiene Vuestra Señoría Ilustrísima. Su objeto era, según en ella aparece, saber si el padre Bustamante había dicho alguna cosa de que debiese ser reprendido. El interrogatorio de trece preguntas tenía por único objeto dejar bien fijado lo que el predicador había dicho. Fueron llamados nueve testigos, y de sus declaraciones resulta haber predicado el padre Bustamante lo que dejamos referido. Algunos —16→ añadieron, que él no era el único que pensaba de aquella manera, sino que le seguían los demás franciscanos: que todos se oponían a la devoción, y aun alegaban contra ella textos de la Sagrada Escritura en que se manda adorar sólo a Dios: que aquella ermita, decían, no debía llamarse de Guadalupe, sino de Tepeaca o Tepeaquilla: que ir a tal peregrinación no era servir a Dios, sino más bien ofenderle, por el mal ejemplo que se daba a los naturales, etc. El Señor Arzobispo trataba también de probar que en un sermón que él predicó pocos días antes había dicho que en el Concilio Lateranense estaba mandado, so pena de excomunión, que nadie predicase milagros falsos o inciertos, y él «no había predicado milagro ninguno de los que decían que había hecho la dicha imagen de Nuestra Señora ni hacía caso de ellos: que andaba haciendo la información, y según lo que se hallase por cierto y verdadero, aquello se predicaría o disimularía: que los milagros que Su Señoría predicaba de Nuestra Señora de Guadalupe, es la gran devoción que toda esta ciudad ha tomado a esta bendita imagen, y los indios también». La información se suspendió y quedó sin concluir. Nada se hizo contra el padre Bustamante, quien, a pesar de aquel sermón, fue otra vez electo provincial en 1560 y después Comisario general.

32.- Vuestra Señoría Ilustrísima tiene a la vista el expediente original, y puede cerciorarse por sí mismo de su autenticidad, y de que en él se encuentra lo que dejo extractado. Después de leído el documento, a nadie puede quedar duda de que la Aparición de la Santísima Virgen el año de 1531 y su milagrosa pintura en la tilma de Juan Diego es una invención nacida mucho después. Desde luego coincide extrañamente este instrumento jurídico con lo que diez y nueve años después escribía el virrey Enríquez. El provincial decía en 1556 que la devoción era nueva y no tenía fundamento, sino que se había levantado por los milagros dudosos que de la imagen se contaban: el virrey tampoco le asigna origen cierto y da a entender que comenzó en 1555 o 56, por haber publicado un ganadero, que había cobrado la salud yendo a la ermita. Uno de los testigos de la información, el Bachiller2 Salazar, acabó de confirmar que la fundación —17→ de la ermita no venía de aparición ni milagro alguno, pues dijo «que lo que sabe es que el fundamento que esta ermita tiene dende su principio, fue el título de la Madre de Dios, el cual ha provocado a toda la ciudad a que tengan devoción en ir a rezar y a encomendarse a ella». De suerte que ese solo título, el de la Tonantzin de que habla Sahagún, fue el que dio origen al culto.

33.- Dijo el padre Bustamante, que la imagen fue pintada por el indio Marcos, y con otro testimonio se confirma la existencia y habilidad de ese pintor, pues Bernal Díaz, en el capítulo 91, menciona con elogio al artista indio Marcos de Aquino.

34.- Tenemos, pues, comprobado de una manera irrecusable, que a los veinticinco años de la fecha que se asigna al suceso, y a la faz de muchos contemporáneos, condenaba el padre Bustamante en ocasión solemnísima, la nueva devoción a Nuestra Señora de Guadalupe; pedía severo castigo para el que la había levantado con la publicación de milagros falsos, y publicaba que aquella imagen era obra de un indio, sin que se alzase una sola voz para contradecirle. Becerra Tanco dejó escrito que apenas se verificó la última aparición al señor Zumárraga, se difundió «por todo el lugar la fama del milagro» y un gran concurso de pueblo acudía a venerar la imagen. ¿Pues cómo el señor Arzobispo, tantos testigos de vista, el pueblo entero, no aniquilaron los cargos del predicador con sólo echarle a la cara el origen divino de la imagen, bastante para justificar aquella devoción? ¿Cómo pudieron oír sin escándalo que se atribuyese a un indio la obra maravillosa de los ángeles? ¿Cómo quien tales cosas decía en un púlpito, no fue inquietado? ¿Cómo el señor Arzobispo que se veía acusado coram populo de fomentar una devoción idolátrica y de predicar milagros falsos, trata de justificarse tímidamente de tales acusaciones en vez de confundir al predicador con la comprobación del gran prodigio? Si los documentos originales existían, bastaba con publicarlos, pues imprentas no faltaban; si ya habían perecido, aquella era la ocasión de reponerlos con una información facilísima, en vez de dejarla para ciento diez años después. Nada se hizo. Considere Vuestra Señoría Ilustrísima el efecto que causaría hoy, —18→ no ya el sermón entero del padre Bustamante, sino la simple proposición de que la imagen era obra de un indio: qué clamor se levantaría entre los muchos que creen la Aparición, las defensas que saldrían (pues sin tanto motivo se escriben) y los malos ratos que pasaría el predicador. Recuérdese lo que le avino al padre Mier sólo por haber dicho que la imagen no se pintó en la tilma de Juan Diego, sino en la capa de Santo Tomás. Pero a los veinticinco años del suceso, aquel sermón no escandalizó sino porque en él se atacaba irrespetuosamente al señor Arzobispo, y porque en cierta manera se procuraba menoscabar el culto a la Reina de los Cielos.

35.- La devoción de 1556, fervorosa como todas las nuevas, fue cediendo hasta desaparecer. Testimonio de ello nos ha dejado el licenciado don Antonio de Robles en su Diario de sucesos notables: documento privado en que indudablemente se encuentra la verdad. Registrando a 22 de marzo de 1674 el fallecimiento del bachiller Miguel Sánchez, dice «que de la Aparición compuso un docto libro, que al parecer ha sido medio para que en toda la cristiandad se haya extendido la devoción de esta sacratísima imagen de Guadalupe, estando olvidada aun de los vecinos de México, hasta que este venerable sacerdote la dio a conocer, pues no había en todo México más que una imagen de esta soberana Señora en el convento de Santo Domingo, y hoy no hay convento ni iglesia donde no se venere, y rarísima la casa y celda de religioso donde no esté su copia». De manera, que en 1648, nadie sabía de la Aparición, nadie conocía ya la imagen; la devoción había acabado por completo.

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