Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México. 36 - 40.

Quod scripsi, scripsi!


36.- Mas he aquí que el bachiller Sánchez publica su libro (el primero en que se vio la historia de la Aparición a Juan Diego), y todo cambia como por encanto. ¿Era que en aquel libro se relataba, apoyada con documentos auténticos e irrefragables, una historia gloriosa, hasta entonces desconocida? No. La verdad siempre se abre camino, y el autor principia por esta confesión: «Determinado, gustoso y diligente busqué papeles y escritos tocantes a la santa imagen y su milagro: no los hallé, aunque recorrí los archivos donde podían guardarse: supe que por accidentes del tiempo y ocasiones se habían perdido —19→ los que hubo. Apelé a la providencia de la curiosidad de los antiguos, en que hallé unos, bastantes a la verdad». Sigue diciendo muy a la ligera, que confrontó esos papeles con las crónicas de la conquista, que se informó de personas antiguas, y por último, que aun cuando todo eso le hubiera faltado, habría escrito, porque tenía de su parte la tradición.

37.- Al publicar historia tan peregrina, debiera haber hecho constar con la mayor puntualidad las fuentes de donde la había sacado, y no contentarse con esas generalidades tan vagas, calificando por su propia autoridad de bastantes unos papeles, sin decir cuáles eran ni de qué autor. Contaba mucho con la credulidad de sus lectores, y en eso no se engañó. Para abusar todavía más de ella y desacreditar por completo su grande arma de la tradición, tuvo la ocurrencia de publicar al fin del libro una carta laudatoria del licenciado Luis Laso de la Vega, Vicario de la ermita misma de Guadalupe, en la cual el buen vicario confiesa sencillamente que él y todos sus antecesores habían sido «unos Adanes dormidos que habían poseído a esta Eva segunda sin saberlo», y a él le había cabido la suerte de ser el «Adán despertado», lo cual en idioma corriente quiere decir que ni él ni todos los vicarios o capellanes de la ermita habían sabido palabra del origen milagroso de la imagen que guardaban, hasta que el padre Sánchez lo había revelado. El Adán despierto o sea el licenciado Laso de la Vega, tomó la cosa tan a pechos, que el año siguiente, 1649, imprimió una relación, suya o ajena, en mexicano, con lo cual acabó de correr entre los indios la historia del padre Sánchez.

38.- El libro de éste salió en momento oportuno para ganar crédito. La admirable credulidad de la época, junta con una piedad extraviada, hacia admitir desde luego cuanto parecía redundar en gloria de Dios, sin advertir, como muchos no advierten hoy, que a la Verdad Suma no se da honra con la falsedad y el error. Los pergaminos de la torre Turpiana y los plomos del sacromonte de Granada alcanzaron tal crédito, que se pasó un siglo en disputas antes que la Santa Sede los condenase. El padre jesuita Román de la Higuera infestó por largo tiempo la historia de España con sus falsos cronicones, a que —20→ siguieron los de Lupián Zapata, Pellicer de Ossau y otros. Aquellas falsificaciones tenían por objeto completar los episcopologios truncos de muchas sedes españolas; probar la venida de Santiago y de varios discípulos de los Apóstoles a España; dar santos a diversas ciudades que no los tenían, y en suma, acrecentar glorias a la Iglesia de España. Los que aquello vieron se alamparon cada uno a su ignorado obispo o a su nuevo santo, sin que hubiese modo de hacérselos soltar. Las ciudades formaron sobre tan malos fundamentos sus historias particulares, que extendieron el contagio. No todos fueron engañados; pero nadie se atrevía a impugnar aquellas torpes invenciones por temor a la grita que se levantaría contra el que combatiera tan piadosas mentiras. El empuje popular era irresistible, y costó mucho tiempo y trabajo limpiar de aquella basura la historia civil y eclesiástica de España. Era una época de misticismo, en que el espíritu público estaba dispuesto a acoger y apoyar cuanto se refiriera a comunicaciones o manifestaciones sobrenaturales: cualquiera forma, en fin, de milagro. El que de continuo ofrece la naturaleza con el cumplimiento invariable de sus leyes, no satisfacía: se necesitaba siempre la excepción de la regla, y que la intervención directa de la Divinidad viniera a derogar hasta en las cosas más fútiles, lo que desde la creación quedó sabiamente establecido. Los milagros habían de obrarse casi siempre por medio de las imágenes, que eran todas de origen milagroso también. De aquí tantas historias de ellas: ya la que dos ángeles en figura de indios dejaban en la portería de un convento; ya la que se renovaba por sí misma; ya la que se hacía tan pesada en el lugar donde quería quedarse, que no era posible moverla de allí; ya la que salía de España a medio hacer, y llegaba aquí concluida; o la que se volvía varias veces al lugar de donde la habían quitado, o la que hablaba, pestañeaba, sudaba o por lo menos bostezaba. Tan decidida era la afición a los milagros, que aun los hechos notoriamente naturales eran tenidos y jurados por maravillosos.

39.- En terreno tan bien preparado cayó el libro del padre Sánchez, y así fructificó. A nadie le ocurrió preguntarle de —21→ dónde había sacado historia tan peregrina, que el capellán mismo de la ermita la ignoraba: su libro fue sencillamente aprobado como cualquier otro: la autoridad no le llamó a cuentas, sino que por un procedimiento enteramente opuesto al natural y debido, en vez de exigirle las pruebas de aquella historia y de los milagros que contaba, se dirigió todo el empeño a procurarle los fundamentos que no tenía. A esta idea extraviada debemos las tristes informaciones de 1666.

40.- Confirmando el aserto de Muñoz he dicho, que antes de la publicación del libro del padre Sánchez, en 1648, nadie había hablado de la Aparición. Los apologistas, conociendo la urgente necesidad de destruir tal aserto, han alegado diversos documentos anteriores, cuyo valor conviene examinar. El señor Tornel (tomo II, pp. 15 y 18) los ha enumerado, dividiéndolos en probables y ciertos. Los probables son:

1.º Los autos originales formados por el señor Zumárraga.

2.º La carta que él mismo escribió a los religiosos de su orden residentes en Europa.

3.º La Historia de la Aparición escrita por el padre Mendieta y parafraseada por don Fernando de Alva.

Los ciertos son:

4.º La relación de don Antonio Valeriano.

5.º El cantar de don Francisco Plácido, Señor de Atzcapotzalco.

6.º El mapa a que se refiere doña Juana de la Concepción en las informaciones de 1666.

7.º El testamento de una parienta de Juan Diego.

8.º Los de Juana Martín y don Esteban Tomelín.

9.º El de Gregoria Morales.

10.º La relación de don Fernando de Alva Ixtlilxochitl.

11.º Los papeles de que el señor Sánchez sacó su historia de la Aparición.

12.º Unos anales que vio el padre Baltazar González en poder de un indio.

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13.º La Historia de la Aparición en mexicano, publicada en 1649 por el bachiller Laso de la Vega.

14.º Una Historia de la Aparición que hasta 1777 se conservaba en la Universidad de México, «cuya antigüedad remonta hasta tiempos no muy distantes del suceso».

15.º El añalejo de la Universidad citado por Bartolache.

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