Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México. 46 - 50.

Quod scripsi, scripsi!

46.- El testamento de una parienta de Juan Diego (n.º 7) aparenta mayor importancia, porque en él se menciona (según Boturini, único que le vio) una aparición en estos términos: «En sábado se apareció la muy amada Señora Santa María, y se avisó de ello al querido párroco de Guadalupe». La traducción es de Boturini, pues el original estaba en mexicano, y ciertamente que la palabra teopixque no corresponde exclusivamente a la de párroco, como notó muy bien el señor Alcocer, sino que significa padre o sacerdote en general; pero no puedo admitir que la indicación se refiera al señor Zumárraga, «que era verdaderamente Padre y muy amado de los indios», como quiere el mismo señor Alcocer, porque el sentido común está diciendo que el alto cargo del señor Zumárraga no era para que se le añadiese el calificativo de una ermita. Al Obispo llamaban Hueyteopixqui (sacerdote mayor o principal) según Florencia. —25→ Lo que pura y simplemente dice el texto es que la Virgen se apareció en sábado, y que se dio aviso del suceso al sacerdote (capellán o vicario) que estaba en la ermita de Guadalupe. Con esto queda ya dicho que la aparición de que se trata no es la famosa de la Virgen a Juan Diego, pues según todos los que de ella escriben, cuando se verificó no había nombre de Guadalupe, ni ermita, ni sacerdote allí a quien avisar, sino que todo vino de aquel prodigio. Se trata de uno de tantos milagros que por los años de 1555 o 56 se atribuían a la imagen; y esto se confirma con la seca manera de enunciar el caso sin ninguna circunstancia particular que lo distinga.

47.- Concuerda con esta noticia otra que los últimos apologistas no han aprovechado, aunque habrían podido atribuirle gran valor. Juan Suárez de Peralta en sus Noticias Históricas de la Nueva España, escritas hacia 1589, dice que el virrey Enríquez «llegó a Nuestra Señora de Huadalupe, que es una imagen devotísima, questá de México dos lehuechuelas, la cual ha hecho muchos milagros (apareciose entre unos riscos, y a esta devoción acude toda la tierra) y de allí entró en México». Vemos que Suárez anuncia esa aparición con igual sequedad que el testamento, entre un paréntesis, y sin hacer caso de ella. No llama a la imagen aparecida, sino devota. Es preciso distinguir3 entre una aparición cualquiera, de las muchas que se cuentan, que no deja rastro de sí, ni pasa de la persona favorecida, en cuyo dicho únicamente se funda, y la Aparición de la Virgen a Juan Diego, delante de testigos, y que permanece atestiguada perpetuamente en la imagen pintada por milagro. Preciso es repetirlo: lo que se cuestiona no es si la Virgen se apareció a alguien bajo la figura de la imagen de Guadalupe ya existente; sino si se apareció a Juan Diego en 1531 con las circunstancias que se relatan, y al fin quedó pintada en su tilma: es decir, si la imagen que tenemos es de origen celestial.

48.- En esto de testamentos de indios hay cierta confusión. El señor Lorenzana vio los de Juana Martín y don Esteban Tomelín (n.º 8): no publicó el primero, por estay enmendado4 el año: en el otro, otorgado en 1575, hay un legado a Nuestra Señora —26→ de Guadalupe. Este hay que ponerlo a un lado, pues dejar un legado a Nuestra Señora de Guadalupe no es atestiguar su aparición, y pues en 1575 había ya iglesia, nada tiene de particular ni prueba nada que don Esteban le dejase una manda o limosna. Del de Juana Martín no conocemos cosa alguna: ni aun la fecha: hay quien piense que es el mismo atribuido por Boturini a una parienta de Juan Diego. El señor Alcocer dice que se envió original a España con los demás papeles de don Fernando de Alva (Ixtlilxochitl). No sé qué fundamento tendría para asentar esto. Lo cierto es, que de los papeles de don Fernando quedaron copias en México, y no quedó del testamento. Continúa la fatalidad destruyendo los papeles de los apologistas.

49.- Del testamento de Gregoria Morales, otorgado en 1559 (n.º 9) dice el señor Alcocer que poseía copia: que en él se asienta la Aparición, y que muchos reputan por uno mismo éste y el de Juana Martín. ¿Por qué no publicó la copia que tenía, para que viésemos cómo se asienta la Aparición, o si no hay más que el legado de una tierra, como en el de Tomelín? ¿Qué crédito merecen estos testamentos desconocidos, cuando ni siquiera se sabe si son diversos o uno sólo?

50.- Menciónase también una relación de don Fernando de Alva Ixtlilxochitl (n.º 10), que según la declaración jurada de Sigüenza no era más que una traducción parafrástica de la atribuida a Valeriano. Por lo mismo no puede considerarse como documento diverso. Los papeles en que fundó su historia el padre Sánchez (n.º 11) se alegan también. Nadie sabe cuáles fueron, si es que los hubo. El malicioso Bartolache dice que «hubiera hecho muy bien el bachiller Sánchez en haber dicho qué papeles fueron los que halló y dónde». Y pues no lo dijo, ¿qué prueban? ¿Quién puede calificarlos ahora? De más gravedad parecen los anales indios que tenía el padre Baltazar González, de la Compañía de Jesús, los cuales llegaban a 1642, y en el año que le toca está el milagro de Nuestra Señora de Guadalupe. Son palabras de Florencia. ¿Por qué dijo el milagro y no la Aparición? Estas vagas indicaciones de mapas en que está asentada la Aparición, no infunden confianza, porque como antes dije, no se trata de una aparición cualquiera de la Virgen de —27→ Guadalupe, sino de la aparición a Juan Diego, y de la pintura milagrosa en la tilma. Entre los muchos milagros que a mediados del siglo se atribuían a la imagen, es casi seguro que se incluían algunas apariciones, como las que refieren la parienta de Juan Diego y Suárez de Peralta. Aun cuando así no fuera, es costumbre que todavía dura, pintar en los retablos de milagro la imagen del santo que lo hizo, como si se apareciese en el aire al devoto, sin que nadie pretenda por eso que la aparición fue real, sino que es la manera de indicar cuál fue el intercesor. Un retablo semejante pintado en unos anales indios, sin texto que declare el asunto, puede tomarse por una aparición real, sin serlo.

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