Rubén Salazar Mallén: Pudor

Quod scripsi, scripsi!

PUDOR


(De El sentido común)

Medina, el escritor, llamó a su hijo, un chico ojeroso y desmedrado.
—David, toma un ejemplar de cada uno de mis libros y ven conmigo —le dijo.
El muchacho sabía lo que aquello significaba: errar por calles céntricas, por oficinas y cafés, hasta que el azar los llevara ante alguien que quisiera comprar los libros de su padre. Ya en otras ocasiones, cuando el hambre oprimía al hogar, lo habían hecho. David lo recordó con angustia.
También Medina estaba angustiado. Para él era una horrenda tortura vender sus propias obras. A nadie defraudaba haciéndolo, porque había ganado una envidiable reputación gracias a su laboriosidad y talento; pero…
Con la muerte en el alma se echó a la calle. A su lado oscilaba la frágil figura de David.
A poco encontraron a Fonseca. Medina, después de las cortesías de estilo, explicó intempestivamente:
—Llevo estos libros a mi librero. Me los pidió. Lo inesperado de la explicación y el rostro demacrado del escritor, hicieron que Fonseca sospechara la verdad.
—¡Qué coincidencia! —exclamó—. Hace días que busco tus obras, sin encontrarlas. ¿Por qué no me vendes éstas?
El relámpago que iluminó el rostro de su interlocutor, fue la comprobación de la sospecha de Fonseca.
—Te las dedicaré —balbuceó Medina, sin atreverse a admitir o rechazar la proposición de su amigo.
Estampó su autógrafo con una cordial dedicatoria en cada volumen. Mientras escribía, daba mentalmente gracias al cielo por aquel encuentro providencial; ya podía llevar pan a su casa, curar la mirada resignada y triste de su esposa, arrancar las sonrisas de la pequeña Elisa.
Cuando hubo concluido de escribir las dedicatorias, entregó los libros a Fonseca.
—¿Cuánto te debo? —preguntó éste.
La pregunta desconcertó a Medina. Sintióse súbitamente avergonzado, olvidó las placenteras imágenes que acababa de forjar.
—Nada; no es nada. Tú eres mi amigo; y yo…
Sin terminar, tomó la mano de su hijo y se alejó precipitadamente. No pensaba ya en su miseria, ni en la alegría que podía llevar a los suyos. Pensaba en huir, en huir nada más.

Rubén Salazar Mallén (1905-1986)

Texto tomado del libro: El cuento veracruzano. Antología; editado por la Universidad Veracruzana, Xalapa, 1968.

Este cuento excelente nos ha sido compartido por Mario Rosaldo en su blog.

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