El abuelo

Quod scripsi, scripsi!

No tuvo una vida fácil, sencilla o simple. Tampoco sus tribulaciones eran simples o fáciles, y quizá en buena parte la herencia que me legó es eso: la capacidad extraordinaria que tengo para ahogarme en un vaso de agua, y de tomarme simultáneamente toda el agua del mar en un buche.

Lo extraño, y mucho. El timbre de su voz, la mirada fuerte. La confianza plena de quien sabe que los males no duran cien años.

Hace veinte años se le ocurrió quedarse dormido, sin poder vencer más como lo había hecho día a día esa adversidad que se le vino encima, viendo cómo lo que podía hacer no le dejaban que lo hiciera, destrozando sus sueños uno a uno, pedacito por pedacito ver cómo la vida pasaba y escurría como agua en cedazo.

Por eso cuando platiqué con Simitrio la semana pasada y me comentó que el artículo de García Icazbalceta no había podido ser publicado el 11, como lo pensé, sino el 4 de diciembre, supe que alguna razón justificaría ese cambio, y la hubo.

Guardo las distancias pero considero tener el derecho de afirmar que al igual que el novohispano Favián el abuelo se vió obligado a ver cómo las alas le eran cortadas, lo que conservo de él, como un tesoro que nadie podrá quitarme, es esa capacidad e ingenio para entender las cosas más complicadas.

A su medida era fan de la tecnología, interesado en cuestiones tan cotidianamente abstractas como la mineralogía y la construcción de minas subterráneas, sabía disfrutar igualmente de una lluvia a medio campo, de los charcos brotando a diestra y siniestra por las terracerías a donde me llevaba resortera en mano a 'cazar' lagartijas, cuando tenía cinco o seis años.

No fue que el frío me entumiera los dedos, y tampoco que lo haya olvidado. Hay tragos que cuesta muchísimo esfuerzo pasar por lo amargo que son, y tener la conciencia de aceptar que ya pasaron veinte años desde que calló su voz y cerró sus ojos, no es de los menos difíciles.

Esta semana ha sido difícil, especialmente dolorosa.

Sé que su herencia es esta, que él quería que fuera esta: la curiosidad y ese afán de buscar salir, a como dé lugar, de la ignorancia.

Qué mejor herencia que esta, qué mejor abuelo que él.

Que no descanse en paz, porque hasta el día que a mi vez cierre los ojos y me largue de este mundo, seguiré recordándole día a día, y dándole gracias por haberme mostrado que el león no es como lo pintan.

No te dejaré ni dejaremos descansar en paz, Abuelo: conste.

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