Dogmas de fe

Hablar de la fe propia no es fácil, menos aún para un católico hablar sobre los 'dogmas de fé' que es necesario 'creer' para alcanzar la salvación.

Según reza el estatuto, si algún dogma de fé no entra en la creencia de cualquier católico, automáticamente queda fuera de la comunión de la iglesia -es decir, es excomulgado- tal es la razón de que los dogmas de fe se den 'por hechos' una y otra vez, y a muy pocos les esté permitido entrar en el estudio y análisis de los mismos sin las observaciones, amenazas y preconcepciones que tienden todos a apuntar hacia algo que sólo puede confirmarse, y jamás ponerse en pié de duda.

Me explico: si alguien hoy día intenta dilucidar qué hubo atrás de uno de los dogmas más recientemente proclamados, como lo es el de la Inmaculada Concepción de la Virgen María [1854] puede analizar, estudiar, investigar todo lo que desee, con una sola condición: lo que encuentre habrá de corroborar el dogma, jamás contradecirlo. En caso contrario automáticamente quedará excomulgado, aunque haya actuado 'de buena fe'.

Y si para los teólogos católicos es díficil entenderse con los dogmas, qué decir del común del pueblo: no puede ni ha de acercarse al estudio de lo que cree porque ese mismo estudio es una tentación del maligno, que espera pacientemente sembrar la duda y destruir nuestro sistema de creencias al menor descuido.

Esto no es nuevo, y a poco de estudiar y adentarse en el más profundo análisis de lo que es la propia fe, la historia de la iglesia -que no de la salvación, harto más difícil y subjetiva- y el análisis detallado de las evidencias históricas -todas de papel- van surgiendo una tras otra las tremendas contradicciones que se encuentran ad internum en la iglesia católica, sus normas, estatutos, y dogmas.

No intentaré juzgar -dictaminar qué sea lo bueno o malo, o lo justo o injusto es algo que está muy lejos de mis personales posibilidades de laico y no-teólogo-, sólo analizar brevemente y de pasada este dogma, tan curioso que algunos sacerdotes que me dieron clase miraban también de soslayo, aunque siempre en silencio y sin jamás decir o afirmar algo en voz alta, que no estuviera previamente escrito en el CIC [Catecismo de la Iglesia Católica].

La fe entendida como creencia en algo invisible, que escapa al tacto -los apóstoles y discípulos contemporáneos del Cristo no podían tener fe en la Virgen María: la tenían allí- se topa de entrada contra la razón. Fé y razón pocas veces se han llevado bien, y han sido necesarios tratados de tamaño y proporciones tan monstruosas como la Summa Theologica de Tomás de Aquino para poder alcanzar un equilibrio que, aunque duró poco más de setecientos años, apenas iniciado el siglo pasado hacía agua por donde se le viera.

En un ejemplo mundano: no es posible tener una fé que conozca perfectamente los hechos, las capacidades y virtudes de aquel a quien consideremos nuestro mejor amigo. Si conociéramos perfectamente las debilidades, los más oscuros pensamientos y las más abyectas inclinaciones de quienquiera a quien tengamos por nuestro más excelso amigo, automáticamente veríamos en una dimensión bien determinada que la confianza que podemos tener en él sería muy limitada, dejando de lado todo aspecto que involucre a la fe. No podríamos confiar a ciegas en alguien que da lugar a la duda, a la incertidumbre, a la debilidad.

En el caso de la fe en lo sagrado, en este caso, del dogma de la concepción Virginal de María, la razón del hombre busca acomodar lo que cree a la experiencia, tradición, historia, hechos, usos y costumbres. En este sentido, y con todas las precauciones que se merece, bien vale la pena insertar el rápido y conciso apartado que la Wiki le dedica a este dogma en particular:

Inmaculada Concepción de la Virgen María: los católicos afirman que la madre de Jesús fue preservada del pecado original por privilegio especial divino desde el momento mismo en que fue concebida en el seno de su madre, Santa Ana (Lc 1, 28). Esta doctrina, basada en el contenido del texto de Lc. 1, 28 («El ángel entró donde estaba María y le dijo: -Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo») y Lc 1, 42 («Y levantó la voz para decir con cálido acento: ¡Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!»), y en la Tradición Sagrada. El origen de por qué fue formulado este dogma está en el problema cristológico de la identidad de Jesús como Hombre y Dios al mismo tiempo y en la misma persona, según el dogma católico. Quienes se contraponían a este dogma argumentaban que si Cristo fue hombre en todos los sentidos, también lo sería como portador del pecado original (otro de los dogmas del catolicismo). De esta forma, tanto para defender el dogma de la identidad Hombre-Dios en la misma persona de Jesús como para defender el dogma de que Cristo fue Hombre en todos los sentidos menos en el pecado, surgió el dogma de la Inmaculada Concepción. La Inmaculada Concepción fue declarada dogma de fe por el papa Beato Pío IX en 1854.


Como puede verse, más pareciera un parche o remiendo para que algo 'cuadre' en el balance general, que como una consecuencia natural, lógica, inmediata, de un texto sagrado previamente transmitido y revelado.

El cuestionamiento más profundo que es válido a todo creyente es el de acrisolar la fe frente a la evidencia de lo tangible, para muestras, los siguientes ejemplos:

  • Si se demostrara que María Magdalena estuvo casada con Jesús y su boda fue la famosísima de Caná, ¿cambiaría la fé en la Salvación real que nos alcanzó el Cristo -a fin de cuentas esta palabra significa que 'ha sido ungido' y no que 'fue ungido desde el vientre materno'- y su muerte y resurrección como remisión de nuestros pecados?
  • Si se aceptara que el Cristo nació como todo hombre respetando la biología más elemental y que María no tuvo una virginidad 'antes, durante y después' del parto, incluso que José fuera el padre biológico del Cristo, ¿esto haría desmerecer un ápice la evangelización, la pasión, muerte, resurrección y el envío del Espíritu Santo sobre el Colegio Apostólico?
  • Si se admitiera que Jesús nació también como todo hombre, víctima del pecado original, y que con el bautismo real obrado en el Jordán a manos del Bautista y con el descenso del Espíritu Santo sobre él se obró la transformación de Jesús el Carpintero en Jesús el Hijo de Dios, ¿esto desvirtuaría un punto tan sólo la creencia en una vida después de la muerte y el requisito de un obrar según los mandatos divinos del amor y el perdón para merecer esa vida eterna?

Mi punto de vista es que ninguno de esos dogmas son realmente necesarios ni para obrar la salvación de un creyente, y tampoco para anatemizarlo y excomulgarlo 'a priori': el hecho innegable de la muerte y resurrección del Cristo deberían bastar para el creyente común, tal como bastaban y bastaron incluso para Pablo de Tarso, Pedro y demás apóstoles. [...]

Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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