In medio virtus



La oración católica que actualmente forma parte de las distintas fórmulas litúrgicas, y es dicha al principio de la celebración de la Misa, constituye un estatuto sobre la idea de pecado -y el pecado como maldad efectiva en el hombre-:




'He pecado mucho, de pensamiento, palabra, obra u omisión'.



La palabra 'pensamiento' se presta a confusiones por cuanto en el contexto de la oración y en el momento en que la oración es dicha por los asistentes a la celebración, toma las veces y el sentido de 'deseo', 'inclinación', más que una maquinación meramente intelectual. Recordemos que nos encontramos ante fórmulas cuyas raíces se hunden plenamente en la escolástica tomista.

Al establecer que el pensamiento -deseo, inclinación, pulsión- puede ser pecaminoso, no se especifica, de ninguna manera, en qué momento comienza el pecado a ser puesto por obra. El enumeramiento de la oración cae en el peligro de trasladar el proceso hasta el corazón mismo del hombre, dándose de bruces contra un hombre creado a imagen y semejanza de su Creador. La lógica dictaría entonces que si el pecado original hizo presente la condenación para el género humano, desde la resurrección y muerte del Cristo dicha condena desaparece, no obligándonos a padecer nunca más ese mismo pecado, ya que la redención es algo presente, efectivo, realizado.

La consecuencia es clara: si la redención se llevó a cabo hace un par de millares de años, ¿dónde encontrar la validez de la afirmación de la existencia del pecado original como algo a que están sometidos todos los seres humanos desde el momento de su nacimiento? ¿No invalida la afirmación de la existencia de ese pecado la afirmación también de una Redención realizada ya en el tiempo, y verificable en el acto mismo de la Resurrección del Cristo?

Ahora bien: la obra material, el paso del pensamiento, deseo o pulsión a la ejecución del pecado es lo que se ha descuidado. 'Pensamiento' y 'Obra' son dos momentos claramente identificables e inconfundibles dentro de la idea del pecado y el lugar que ocupa en el diario transcurrir del creyente.

¿Cuál es la razón que impulsa al hombre a realizar los actos que idea, inventa, recrea, en lo más recóndito de su corazón, en los más profundo de su ser, siguiendo la lógica personal de una intelección innegable? La oración litúrgica mencionada no puede responder a esto.

La existencia del mal, y la realización de ese mal, tiene sus raíces en otro lado que no puede ser dilucidado ni con una ética, y quizá sólo un poco -y débilmente- en una moral cualquiera: la ética no tiene los medios necesarios para buscar verdades más allá de la esfera intelectual, sensitiva y emocional del individuo, y la moral ofrece sólo los lineamientos a seguir en la búsqueda de una respuesta, y la constatación de una conducta como algo heredado, un 'consenso' común, verificable en un tiempo y lugar exactos. [...]



Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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