María Guadalupe Elizalde, mi verdadera madre

Algo que mucho tiempo me desconcertó, y desconcertó a quienes me conocen, era mi aparente dejadez en lo que se supone debería ser mi devoción a la Madre del Cristo.

Y pensándolo bien, nunca he sido 'Mariano'... y 'Guadalupano' mucho menos.

La figura de mi padre en el transcurso de mi infancia resulta borrosa, incluso aún ahora no puedo perfilarlo claramente en aquella etapa. Los espacios de tiempo que estaba en casa eran tiempos de estrés, más que la felicidad de su llegada el azoro de no saber cuándo partiría de nuevo, y si volvería otra vez.

Sin embargo, el recuerdo de mi madre es constante, pétreo y firme: ella solita se encargó de sacarnos adelante a mis 3 hermanos de entonces y a mí, asistiendo con la determinación que sólo he visto en esas 'madres jalpenses' como frecuentemente las nombramos Simitrio Quezada y este servidor. Sin dinero, sin trabajo, sin casa propia. No teníamos apenas dos cambios del uniforme que deberían aguantarnos todo el año, los zapatos escolares los pedíamos fiados, y los pagábamos como se podía, y cuando se podía, hubo pares remendados que nos llegaron a durar dos años y medio.

Con todo y lo estresante, mi infancia no fue triste. Los nubarrones nunca opacaron del todo la luminosidad y entrega de nuestra madre, y allí estaban también los abuelos: imperturbables y seguros de que día con día las cosas mejoran aunque de repente se venga la de tortillas duras y chile de molcajete.

No llevé la cuenta de cuántas veces nuestro almuerzo consistió en cinco galletas marías con un vasito de leche y media cucharadita de chocolate, antes de ir a la escuela. A la hora de recreo no había lonche. Se trataba de conseguir algo, un taco, un trago de refresco, lo que fuera, para aguantar hasta la salida. Comimos todo tipo de sopa de pasta, y fue tanta que sólo hasta hace un par de años volví a comerla sin sentir repulsión, frijoles de la olla ni para qué contar, interminables días sólo hubo un plato esperando al regreso de la escuela, y un vaso de agua con medio limón y una cucharada de azúcar. La cena era de nuevo cinco galletitas marías, y como no había leche, un té de canela, o de azahar. Nada más.

Hoy que nuestra hija está feliz, que sonríe y nos alegra cada día, menos aún puedo entender cómo fue que mi padre se animó a dejarnos en el desamparo por tantos años. Y no fue por querer buscar algo mejor para nosotros, hemos sabido de la buena vida que se daba mientras nosotros temblábamos por no tener para compar una caja de colores y terminar la tarea escolar, que si no se entregaba supondría castigos de semanas y semanas, algunos de los cuales efectivamente padecimos.

Por eso fue que mi bloqueo ante la presencia de un Dios providente y vivo tardó tanto tiempo en romperse, y también por eso es que mi devoción no pudo atender jamás a la madre del Cristo. Mi madre es esa figura de carne y hueso y también esa figura sagrada y reluciente, junto a ella María, la Virgen, palidece. 

Nuestra infancia no fue triste, aunque pasamos penurias y sufrimos mucho. Las cosas han cambiado, y seguimos intentando aprender de los errores ajenos. Y más a ún de los errores que han cometido nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros mayores, con la intención de no repetirlos.



Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

Comentarios

Sender Eleven ha dicho que…
Yo siempre fui afortunado, y mi padre que aun vive siempre ha sido una persona justa, solo espero que mis hijas me recuerden como un padre bien padre.
Francisco Arriaga ha dicho que…
Mi padre aún vive, a Dios gracias, y a pesar de todo lo quiero mucho, a él y a mi madre.

Fue difícil perdonar y quitarse de encima ese lastre, pero el esfuerzo valió la pena, y hoy vivo un poco más tranquilo sabiendo que algunas cosas por fin están en su justo lugar y han dejado de causar estrés y dolor.

Gracias por el comentario, estimado Sender.