In medio virtus

Pues bien, hace ya algunos meses que esa serie de entradas estaba mereciendo su cierre, que arbitrariamente estaba escrito desde hace ya también bastante tiempo: dicha serie de divagaciones, disgresiones y reflexiones comenzó por la última, aunque necesitaba tener claro cuáles eran los hilos que deseaba amarrar.

Esto, porque veo claramente que los campos difieren: la Fé y la Salvación son dos caminos que miran el uno hacia el otro, pero parten de puntos distintos.

El intelecto humano circunscribe precisamente en moldes humanos aquello que está a su alcance. Y aunque aún quedan varios misterios que escapan a sus intentos de sistematizar todo el universo en una Teoría Universal Unificada, no deja de ceder a la tentación de 'ir hacia' donde sus límites no le alcanzan.

En el campo de la filosofía sentó sus reales Aristóteles y aquel nominalismo encubierto en la formula : 'meta ta physika', donde tendrían y pondrían su base la filosofía escolástica, que culminó nó en una visión 'científica' de la realidad, sino buscando un sustento para la 'teologia naturalis' sintetizada y estructurada por Tomás de Aquino -mil quinientos años después- en esa obra monstruosa y magnífica llamada 'Summa Theologica'.

La estatificación del conocimiento busca, en un primer estadio, un justificante que permita extender los límites iniciales del conocimiento humano a las áreas que no caben categorizar mediante conceptos concretos.

Aquí se tiene el punto de partida que tarde o temprano los sistemas filosóficos, teológicos, mitológicos, tienden a situar como 'el origen'. En la cosmovisión compartida por nosotros, herederos de la tradición histórica, científica y religiosa del 'Viejo Mundo', no podía quedar ausente este pretendido afán de legitimización del 'status quo', con las consecuencias que esto implica:

Incluso, un estudioso católico con afanes 'encliclopédicos' topó con un escollo insalvable: la cronología. Al pretender reunir en un corpus coherentemente organizado los escritos clave del pensamiento cristiano-católico, Migne decidió abarcar sólo la época comprendida entre el florecimiento de los primeros Padres, y el año 1216.

Situó este año como el final de su proyecto ya que, a partir de esa fecha, 'la explosión' de ideas, escuelas, corrientes y pensamientos filosóficos, teológicos, religiosos hacen prácticamente imposible seguir abarcando los escritos generados al seno de la iglesia católica 'hasta nuestros días' -mediados del siglo XIX-. [En su tiempo era imposible, hoy existen proyectos auspiciados por distintas organizaciones y grupos, que han actualizado el acervo trayéndolo hasta las cartas de Benedicto XVI incluso.]

Al citar este caso y resaltar el problema cronológico, apunto uno de los tantos problemas -y quizá uno de los menores- a que se enfrentará, tarde o temprano, cualquier estudioso, o siquiera entusiasta de las investigaciones filosóficas, religiosas, e históricas.

Quizá de manera inexacta, y como un delineamiento inicial, pueden señalarse los intentos y aproximaciones a una comprensión -y compresión y comprehensión- del intelecto en cuanto capacidad excelente de interacción con el entorno.

...Y tenemos un camino sólo. Porque el otro, el de la Salvación, discurre por derroteros que parecieran, incluso, llevar la contra a todo intento de clasificación orgánica.

Pálido reflejo lo tenemos en aquella afirmación escolástica: "Philosophia ancilla Theologiae". La filosofía es la sierva de la teología. El trasfondo de la frase permite asequir a una posición intelectual donde se somete, de antemano, la capacidad de ese intelecto ante un problema cualquiera, en busca de una solución que puede estar basado o nó en la capacidad de análisis, comparación, escrutinio y síntesis del hombre. Estas categorías intelectuales son sólo una muestra, o lista mínima, de las facultades completas comprendidas bajo el mote de 'pensamiento'. [Esta postura es por demás engañosa, infantil y simplona: el hombre falla, Dios no. Entonces, y para finiquitar cualquier problema espinoso, remitimos la solución a Dios incluyendo argumentos de autoridad donde la voluntad inicial del hombre es la de renunciar a dicha voluntad. Eso es lo que se esconde detrás de aquel falsamente piadoso 'Lo que Dios quiera'].

Comenzando por reconocer una Mens Absoluta, un Primer Motor, o como se le quiera llamar a donde forzosamente deberá llegar ese 'pensamiento' ya mencionado, se deberá reconocer que la resulta inmediata, impostergable e innegable es la de pretender, a través de diversos medios, alcanzar una comprensión -primer paso- de 'algo' o 'alguien' que ab initio se percibe como ajeno, y superior a la esencia meramente humana.

Con sus matices y variaciones, este es el proceder de los primeros Padres y Teólogos de la Iglesia, buscando encajar los moldes intelectuales en lo que reconocían como verdad absoluta, es decir, comenzando a construir la casa desde el techo, con los resultados que todos conocemos. Dicha casa, de aspecto lastimero, hecha con girones aquí y allá, con remiendos y apuntalamientos las más de las veces apresurados, debía tener y hacer espacio para todos los habitantes. Entendemos -la anotación no está de más- que esos habitantes eran toda la scientia perennis del medioevo, con raíces profundas en el aristotelismo y platonismo y un poco menos en el 'exoterismo' de doctrinas diversas llegadas de oriente. Esta sciencia pretendía abarcarlo todo desde todos los puntos de vista posibles: tenemos un corpus ordenado y bien delimitado de distintas 'fabricaciones' humanas, o 'quehaceres' con los que ese afán de comprender -comprehendere- se sentía a sí mismo fructífero, 'realizado' para usar un anacronismo.

La medicina, la arquitectura, la física, la cosmología, la botánica, la lógica, epistemología, metafísica -el trivium y el quadrivium- eran pasos anteriores a la theologia. Y pasos anteriores forzados.

Cuando se llegaba la theologia naturalis, por mucho que se quisiera, el adjetivo no mencionaba en el sentido actual o moderno lo que podemos entender por 'natural'.

El vocablo tiene su origen en 'natura' -es decir, la naturaleza, lo original [orgánico e inorgánico], aquello que sustentaba las formas de vida conocida y en algunos casos -presencias angélicas o demoníacas- apenas sospechadas.

El vocablo 'natural' toma entonces un matiz sólo a últimas fechas anotado: se trata de una estructuración del pensamiento que permitiría asequir a la comprensión cabal de un orbe regido de antemano por leyes Divinas, ante las cuales el hombre era sólo espectador, por más que la Scriptura dijera en el Génesis una y otra vez que era la creatura por excelencia sobre todas las demás creaturas del mundo.


Precisamente el papel que ha jugado la exegética y la reflexión detallada y minuciosa libre de todo prejucio, permite observar que la Doctrina en cuanto tal, de la Iglesia, requiere una dolorosa, forzada y constante adaptación al entorno, ya que hace agua por todos lados no en virtud de una deficiente tradición, sino por una tradición que se juzga intocable y es necesario mantener a toda costa, aunque varios conceptos netamente humanos de autoridades como Agustín, Tomás de Aquino o Buenaventura hayan sido irremediablemente superados.

El estudioso no debe cerrar los ojos ante esto. Y ha de prepararse concienzudamente para enfrentar una de las batallas más desgarradoras jamás vistas: lo que quiero creer contra lo que creo, y lo que habré de creer. Y esto vale tanto para el crítico externo, que desea encontrar fundamentos científicos en los campos de la fe, como para el hombre piadoso que busca encontrar en aquella 'Partícula de Dios' que tanto alaban y temen los físicos actuales la prueba irrefutable de la validez de su credo.

La fe y la ciencia tienen sus propios desarrollos, sus dinámicas bien marcadas, y la pureza, decantación en cualquiera de ellas llevará no al envilecimiento, sino a un estadio muy cercano al misticismo. Por ello no es de extrañar que los primeros y más acerados teólogos fuesen también preeminentes y sobresalientes hombres de ciencia: la razón al igual que la fe son préstamos, dones que han sido cedidos a los hombres, por un Creador que seguirá existiendo aunque se le niegue, y seguirá escondiéndose y callando por más que se le invoque y adore.

Es el espíritu del hombre, la 'recta intención' lo que ha permitido el florecimiento de los más delicados y endebles comportamientos del hombre. La violencia, la fuerza, la imposición construyen imperios, que tarde o temprano caen abatidos por su propio peso. Y precisamente por esto mencionaba en alguna entrada anterior que el hombre de fé termina cuestionando el valor que dicha fe tiene en su vida cotidiana, y finalmente, el alcance que dicha fe tiene en la comunidad de la que forma parte. Esto mismo sucede con el hombre de ciencia: se cuestiona una y otra vez sobre la validez de los resultados de un determinado experimento, y los alcances que dichos resultados tendrán en la sociedad, a través de alguno de sus campos de acción como pudiera ser la farmacéutica, fabricación de armas de destrucción masiva, o las industrias alimenticias, por mencionar algunas.

Lo único que puede salvar y hasta cierto punto, validar la conducta y proceder del hombre de fe y del hombre de ciencia, es finalmente esa 'recta intención'. O sinceridad, si se prefiere. Mas no una sinceridad ingenua, sino una sinceridad que colinda y casi se confunde con el descaro, o la desvergüenza.

Me explico:

El creyente hará de su credo una forma de vida, de la misma forma que el hombre de ciencia hace de su estudio una forma de vida. Pariendo de ambos: ciencia y fe, tanto como uno como otro interpretan el mundo. Y sus interpretaciones tenderán irremediablemente a lo totalizador, a lo general. Una catedral o una piedrecilla, un grano de arena o la más acabada pintura de El Grego despertarán en el hombre piadoso la misma admiración que el hombre de ciencia experimenta ante la resolución de un problema de alta matemática, o física o economía. Ambos son capaces de gradaciones casi automáticas. Y en este punto, es precisamente donde termina esta diatriba: lo que ambos tienen en común es la capacidad de elaborar conceptos místicos o científicos, la capacidad de experimentar o sentir de una forma determinada el mundo sensible o intelectual o conceptual. En ambos se manifiesta, entonces, una 'fuerza', 'virtud', 'facultad' -llámese como quiera- que ya entreviera Bergson al afirmar que 'La existencia se me aparece como una conquista sobre la nada'.

Y bien pudiéramos especificar aún más, diciendo que 'La existencia del hombre es la conquista sobre la nada'. Por ello, ambos caminos y ambas dinámicas, los de la fe y la ciencia, se parecen tanto y comparten características comunes, que pasan inadvertidas la mayor parte del tiempo, incluso por aquellos que resultan afectados directamente por alguna de las dos, y en algunos casos, por ambas.

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