My criminal mind

Mi infancia, adolescencia y primera juventud, la pasé entre libros. Tradúzcase esto como: mi visión y comprensión del comportamiento humano está jodida por completo.

No creo haber caído en la sociopatía, aunque a veces, ganas no me falten. Creo que por eso, de existir la carrera acá en esta frontera olvidada de la mano de Dios, hubiera estudiado Informática forense sin pensármelo dos veces: quizá eso me hubiera ayudado un poco a entender por qué me resulta tan fácil mirar conspiraciones y persecuciones donde no hay otra cosa que imbecilidad e idiotez.

Pero como la carrera por acá no existe, ni modo, sólo soy un 'informático administrador'. Y por cierto, me enteré de esto último ya cuando iba en el séptimo semestre de la carrera. En fin.

De repente la paranoia de todo informático asoma hasta en las acciones más insignificantes. Y es necesario llevar a cabo una 'desprogramación' para no vivir amargado, o con el corazón sobresaltado a cada momento: la paranoia como forma de vida es algo que no va conmigo, y veo la paranoia más como un modo de defensa que como una actitud permanente de mi personalidad.

Como sea, algunos amigos me han dicho a rajatabla que tengo 'una personalidad' muy acorde con un asesino serial, aunque lo único que he matado en serie fue a los alacranes que caían del techo cuando vivía en mi pueblo, hace ya quince años, y eran tres o cuatro animalejos muertos por noche.

Algo que he aprendido en estas últimas fechas es el valor que tiene el ser capaz de reconocer que no lo sé todo -y cómo cuesta trabajo aceptar que uno es susceptible de meter las cuatro patas hasta el codito, cuando más seguro se siente- y también a no tomársela demasiado en serio cuando las agresiones son frontales: las agresiones frontales pocas veces acaecen de alguien que esté a la par de uno, y esto último no por vanagloria, sino por sentido práctico: como lo comenté, la contrapartida es el saber aceptar que no siempre se tiene la razón, y su consecuencia natural es que cuando se está seguro de tener la razón, no valen ni argumentos filosóficos o morales, ni prescripciones presidenciales o anatemas papales; se tiene la razón y punto. Eso es lo que tuvieron en común Savonarola, Giordano Brvno, Galileo y Tomás Moro... y qué jodido panorama: sólo el 75% -a grandes rasgos- vive para contar su rebeldía.

De eso se trata esto: defender lo único que puede defenderse, y que no es otra cosa más que el derecho de decir lo que se quiere decir. Escribiendo el próximo Libres Libros de a Libra, encontré en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano lo siguiente:


Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de Creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

 Artículos 18 y 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Por lo visto siempre hay gente más jodida que uno, y también gente más jodida que uno a la que debemos estar agradecidos.


Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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