El Vaticano


La sola palabra, Vaticano, despierta emociones encontradas. Como estado, el Vaticano es un estado sólido, cerrado a las mujeres, cuya diplomacia no es distinta a la de otros estados de quienes ha aprendido mucho.

Como sede del papado, la institución que encabeza a la feligresía católica mundial, el Vaticano se ha convertido en algo inaccesible para el 'católico promedio'. Es decir, está igual de lejos que la cumbre del Everest o un viaje a las islas de Java o Borneo. Y quizá Java o Borneo están un poco más cerca: con algo de suerte en alguna 'rifa entre amigos' puede llegarse a tales islas, para ir al Vaticano, desafortunadamente, no podemos echar mano de tales subterfugios. Si se hay dinero puede uno ir al Vaticano, si no, pues simplemente no. Y más aún, si uno llega a ir, eso no significa que verá al Papa, conseguir una audiencia con el papa es algo que ni de chiste jamás aparecerá como premio mayor de loterías y rifas.

No obstante, como todo estado y como toda institución, una cosa son los altos mandos, y otra la carne de cañón. Entre los altos mandos hay opiniones encontradas. Por ejemplo, el obispo de Saltillo dice que la iglesia católica pensó que la pederastia en los sacerdotes era 'una gripita' que se curaría por sí sola, por otro lado, el Vaticano 'perdona a los Beatles' y elogia sus canciones.

Como católico de a pie: ¿debe interesarme un poco lo que el Vaticano piensa de los Beatles? ¿Acaso se va a seguir con Led-Zeppelin, Pink Floyd o Metallica? No necesito el aval del Vaticano para acercarme a la música actual. Ni aún tratándose de Gorgoroth, o Samael, o Unleashed, que me gustan y bastante.

Como Estado es incluso comprensible su postura ante la pederastia sacerdotal: está cuidando celosamente los intereses y la integridad de sus 'ciudadanos', o 'súbditos', si se quiere.

Como Institución, es deplorable su actuación y lentitud en la condenación de tales crímenes. Por mínima decencia, el actual papa debería presentar su dimisión: no puede ser juez quien alguna vez fue el cómplice de los criminales. El perdón es una cosa, el alcance humano de las acciones y sus implicaciones legales es otra cosa. Y es lastimero que al fiel común y corriente no se dude en echársele en manos de la justicia mientras a la clerecía sigue solapándose impunemente en cuanta acción arbitraria comete.

Sé que el lado humano sigue pesando, y mucho, en nuestros sacerdotes. También por salud habría de echarse abajo el tan malparado hoy día 'celibato' sacerdotal. El rito ortodoxo tiene por lo menos mil años practicando el ministerio con sacerdotes casados, y según parece las cosas andan mucho más tranquilas por aquellos lares.

He conocido y tratado con sacerdotes que por sí mismos reivindican todo el maloliente espectáculo de pederastas y demás, han sido sacerdotes y hombres que se han partido el lomo por vivir la vocación a que fueron llamados [ver estos 2 posts].

Minimizar el problema no conducirá a ningún lado, al contrario, seguirá ahondándose ese abismo que está a punto de echar por tierra -y desde sus cimientos- a la iglesia en cuanto institución humana. Satanizar a los sacerdotes tampoco es una salida, ha de mirarse en su justa dimensión el alcance de un problema gravísimo y a estas alturas innegable y urgente.

El Vaticano con su alta clerecía, y la Iglesia en cuanto institución al mando de las huestes sacerdotales, no quieren enfrentar el problema frontalmente, porque el problema de fondo no es ni siquiera esa pederastia u otras prácticas igual de escandalosas: el problema es que en cuanto institución y estado, el Vaticano también ha fallado.

El mismo Vaticano se echó la soga al cuello con el dogma de la 'infalibilidad papal'. Que en momento alguno y por extensión se aplica a la iglesia haciendo de esta algo 'infalible'. Pero las cosas se confunden, confundieron, y siguen creciendo en forma exponencial hasta haber hecho necesario echar mano de un montón de remiendos y componendas que nada resuelven y sí mucho agravan la situación.

La iglesia necesita hoy más que nunca deshacerse de ese lastre -Vaticano incluido- y retomar lo que debió ser desde el principio: una imagen de la presencia de la Salvación del Padre alcanzada por el Hijo en el Espíritu Santo aquí, en la tierra.

Y parece que no soy el único que piensa así.

El panorama, lejos de ser esperanzador, sólo puede reducirse a algo práctico, simple y factible: la iglesia echará por el suelo el cúmulo de lastres que carga encima, o la iglesia en cuanto institución divina y humana terminará deshaciéndose el yugo de la alta clerecía -papa, cardenales, nuncios y demás- retomando las riendas de su propia vida. Esto último es más fácil de lo que parece. Pero más fácil aún es que el papa presente su dimisión al cargo, y se limpie a fondo la imagen de esta pobre iglesia católica, ensuciada a conciencia y de conciencia.


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Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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