Santos grupos azotados, Barman!


El problema de los Legionarios de Cristo es tal por la inusitada promoción mediática que ha acompañado la vida llena de escándalos del fundador, el difunto y celebérrimo sacerdote Marcial Maciel Degollado.

No fue el acabóse el montón de hijos que procreó, ni sus concubinatos, ni siquiera los abusos sexuales cometidos en contra de seminaristas y sacerdotes. El acabóse de esto es que los crímenes y abusos salieron a la luz, llenando de descrédito una de las congregaciones de más peso entre la curia vaticana, no sólo por la fuerza de sus agremiados sino por el cúmulo pecuniario con que contaban y siguen contando.

Es necesario no agrandar el mal, y tampoco obviar lo deplorable. Existen, lamentablemente, los abusos y las violaciones, y también el descrédito que vive actualmente la Iglesia Católica, que en este caso ha resultado ser verdadera gasolina, y el padre Maciel se llevó de encuentro a la congregación entera, resultando todos degollados.

Si vemos atentamente la matemática de la primera comunidad de seguidores del Cristo, advertiremos que siendo Judas uno de los llamados y el supuesto traidor al Maestro, ese primer colegio contaba con un déficit humano del 12/13 esto es 8.33 %.

La matemática dirá que el caso de los Legionarios es cuantitativamente menos grave que el de la traición de Judas. Por eso se conmina al silencio, al secreto papal, se harán arreglos, se llegará a una decisión, y los Legionarios podrán continuar bajo ese nombre, o convenientemente disueltos y perdidos en otras tantas congregaciones con un renombre aún intocable donde sus atrocidades sean vistas como 'excepciones a la norma', más que la norma misma.

El actual papado no necesita exigir el Secreto Pontificio. Como estado, el Vaticano tiene todo el derecho a debatir, opinar, tomar decisiones, dictaminar y enjuiciar 'a puerta cerrada'. El Secreto Pontificio sólo supone en un momento dado, la investidura con visos de 'sacralidad' sobre algo que será eminentemente humano: decidir qué se va a hacer con lo que acaba de explotar en las manos, salpicando de suciedad hasta el capelo y el manto de cardenales y del papa.

Como creyentes los católicos esperan el jucioso proceder de Benedicto XVI. Porque confían no en el hombre, es decir, no en ese mismo Benedicto XVI a. k. a. Joseph Ratzinger, sino porque confían en la presencia del Espíritu Santo sobre este misérrimo y gris mundo. Confían en la justicia divina, de quien el papa debiera ser el principal y primer interesado en hacerla presente en el mundo actual.

Como ciudadanos del mundo, los católicos no esperan nada, y todos asumen la misma postura de ese legionario que salió en la televisión mundial diciendo 'Su santidad, ¡pídanos lo que quiera!'. -Más o menos eso fue lo mismo que dijo Ignacio el de Loyola cuando le jalaron las orejitas en el vaticano, y miren ustedes hasta dónde llegó aquel español con todo y su dura cerviz-.

A título personal: hay demasiado capital en juego como para permitir una desbandada general. A la Iglesia más que nunca, hoy día, le hace falta dinero. Y tiene que pensar en un futuro próximo, aquí nomás a la vuelta de la esquina, donde el Catolicismo será como antaño, en su llorada Edad Media, sólo una secta entre las sectas del mundo.

Y los movimientos de B. XVI o Ratzinger -al fin y al cabo la misma persona- sólo tienen una razón de ser, absolutamente justificada: minimizar las pérdidas, eficientizar los costos, y aumentar las ganancias.

Declarando públicamente que el fundador de los Legionarios pudo haber sido un instrumento del Señor que falló por su humanidad misma aunque erigió una obra que ayudará a la salvación de los hombres, será una salida clásica y 'moralmente aceptable'. A continuación, establecer puestos de nueva creación para reorganizar lo ya organizado, nombrar a quienes habrán de ocupar dichos puestos -representantes directos del papa, sin duda alguna- y hacerse del control total de la congregación. Y posteriormente, seguir usufructuando con creces de colegios, seminarios, misiones y demás donde los Legionarios tienen presencia indudable.

La Iglesia Católica ha tomado el camino de la cerrazón, y poco queda por hacer ante ello. No es una democracia, por lo que las voces de quienes piden -pedimos- la renuncia del papa serán desoídas, y en una de esas, hasta condenadas a la excomunión. Y todas las medidas consecuentes que toquen la presencia y figura papal serán minimizadas con el método que tan bien les ha funcionado los últimos 65 años: aceptar públicamente y dándose golpes en el pecho por los pecados cometidos, mientras ad internum sigue intacta su vocación, deseo e intención de seguir cayendo una y otra vez en el pecado, más atroz conforme el pecado mismo se ramifica y agudiza.

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Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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