Simón de Cirene


Antes de que se esfume por completo este aroma de Fiesta Mayor, algo que no quiero dejar pasar ni guardármelo hasta al año próximo.

Al igual que muchos, cuando recién empezaba a meter medio críticamente las narices en la Sagrada Escritura, me hipnotizó la figura de Judas. Incluso por allí en algún sitio circula un documental más o menos serio titulado 'Judas: amigo o traidor' que narra algunas de las modernas exégesis hechas alrededor de los Evangelios Sinópticos y también los Apócrifos, resaltando hechos como el del suicidio que no sería un acto de cobarde arrepentimiento, sino una costumbre muy en boga en aquella época según la cual el código de honor dictaba que todo 'hombre de confianza' debería acompañar en la muerte a su jefe en turno, más aún si se trataba de caudillos. Al parecer esa fiebre del club de fanas de Judas el Iscariote nació allá por los años sesenta, cuando la mentada Teología de la Liberación estaba en su apogeo.

En Zacatecas, estamos hablando de hace veinte años, ni más ni menos, aún se respiraba esa doctrina, en algunos cuantos curas que no tenía miedo al momento de hablar y descerrajarnos de trancazo hechos evidentes, como el de que forzosamente, para que Jesús fuera llamado 'rabbí' necesitaba estar casado y no sólo eso, sino tener hijos biológicos. Nadie en su sano juicio se hubiera animado a nombrarle así y menos en las sinagogas, eso era cometer auto-suicidio, y los Evangelios relatan episodios de donde podemos conjeturar que nombrarlo así era algo muy usual.

Pero en últimas fechas, específicamente desde el 2005 para acá, hay una figura que conforme más y más le doy vueltas al asunto, resulta más enigmática y esencial que el mismo Judas, es la figura mínima de Simón el Cireneo.

Cuando llevaban al Cristo al matadero, los soldados romanos echaron mano de este paisano, y lo obligan a cargar con la cruz.

Y seguramente que no sólo con la cruz, sino también con la dolida humanidad del Cristo. Esto lo detalla magníficamente ese director de cine medio loco apellidado Gibson, que con todo y sus toneles de sangre de utilería, se quedó corto.

Simón pasa por allí, el encuentro es fortuito. Él regresa del campo, es decir, molido de cansancio. A su vez, el Cristo está no en mejores condiciones que él. Cargar con la cruz sólo puede entenderse aplicando un símil actual:

es como si al ejecutar al famoso 'Asesino de las vías' la migra hubiera echado mano al primer 'latino' que encontrara cerca, y lo obligara a bajar la palanca que inyectará las soluciones venenosas al ajusticiado. Ni más ni menos: Cirene estaba al Norte de África y era igual de ajena para los romanos que Judea y todas sus provincias.

Ante el hecho del silencio palpable que existe en la escritura, no es posible ni siquiera aventurar una hipótesis de lo sucedido a Simón después de ese encuentro. Posiblemente quedó al pie de la cruz, posiblemente siguió con su credo y sus ritos, posiblemente se volvió miembro de aquella secta de los cristianos. En algún lado se menciona que sus hijos se hicieron misioneros cristianos, y sus nombres han podido llegar a nosotros: Alexander y Rufus. Aunque esto también es a la vez casi nada, ambos nombres son tan comunes como José y Juan entre los hispanoparlantes

Lo que me impacta es la figura de este hombre que, con cansancio y obligado, a fuerza y a regañadientes, participa de manera activa en el proceso de Salvación. Sin el Cireneo el Cristo no hubiera llegado hasta la cruz. La equivalencia entre Judas que deseaba obligar al Cristo a pronunciarse en determinada manera y lo lleva hasta las manos de los sacerdotes, y el casi anónimo ayudante y verdugo también, es escalofriante: sin ambos el desenlace no hubiera sido el deseado y esperado en las profecías de la Escritura, y sin saberlo ambos estaban haciendo que aquellas profecías tomaran una forma y un tiempo determinados.

Aún por la fuerza y por obligación, Simón compartió el camino del Cristo, y se volvió elemento activo en ese proceso de salvación que nos alcanza a nosotros, cristianos, hic et nunc.

Aún detestando y aborreciendo la cruz, Simón se dejó 'ensuciar' con la sangre del Cristo, el sudor del viacrucis, y el peso del patíbulo en forma de cruz. A pesar de su renuencia y contra su voluntad, el proceso de Salvación era algo que no podía detenerse, de la misma forma que hoy día, a pesar del menosprecio, ignorancia, y la indiferencia de la mayoría de cristianos, el proceso de la Salvación sigue su propio andar y no se detendrá ni por escándalos, corrupciones, 'innovaciones' o 'instituciones'. La Salvación como obra de Dios continúa siendo estremecedoramente actual, presente y viva.


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Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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