En la tierra como en el cielo


Curiosamente, el sentido -y su forma más inmediata, la sintaxis- de esta frase en el Padre Nuestro, se trastoca al pasarse del latín al español.

'Fiat voluntas Tua, sicut in Cælo et in Terra'. Esto es: 'que se haga tu voluntad, así en el Cielo como en la Tierra'.

Pequeño cambio y alteración, con un significado mucho más profundo de lo que parece.

Afirmar que la voluntad de Dios se hace primeramente en el Cielo es afirmar que nosotros 'descendimos' de allí, y a ese sitio habremos de volver algún día. Pero la Iglesia actual, más aún, la iglesia posconciliar que nos ha tocado vivir, no se mantiene ni sostiene por una abstracta imagen del Cielo o lo celeste, necesita forzosamente enraizar en esta tierra, amarga y huraña.

La voluntad de Dios pareciera estar en contra de la voluntad del hombre. Esto, a pesar de que el sufrimiento como una realidad cotidiana ha crecido en forma exponencial, y no hay manera de negar la existencia concreta de algo diabólico o demoníaco en los sucesos históricos encadenados a las acciones de crimen y violencia que hemos de soportar día tras día. El mal por el mal es algo innegable, y cuantificable y verificable también.

En este contexto, de una tierra que sufre y un ser humano que se cierra a la voluntad del Padre, es dificilísimo mantenerse y ejercer con eficacia el llamado a la paz, a la realización factual y presente del Reino de los Cielos.

Habríamos de comenzar por respetar la forma inmediata y esencial del texto ante-conciliar. Hemos olvidado que el hombre es mucho más que materia, que el ser humano está más allá de la suma de huesos y cartílagos y sangre y músculos. Lo que nos hace realmente humanos -y por tanto, réplica del Padre- es aquello que no puede ser tocado en forma alguna por la violencia, por más que el crimen esté triturando al hombre común, al hombre de a pie.

Pisoteado, vapuleado, solo en su lucha contra la injusticia, soportando aquello que está siendo propiciado por gobiernos que sólo se dedican a la política e ignoran el bien común, con todo ello, el hombre común no puede ni debe conceder su humanidad, su dignidad, a quienes desean someterle usando la fuerza bruta.

Jamás en la historia pretérita la cósmica batalla de las grandes fuerzas antagónicas fue más clara y cruda que en nuestra época. Ni los antiguos escritores de textos apocalípticos pudieron haber sopesado la extensión y las capacidades efectivas de un mal positivo, que no se entiende sólo como la 'ausencia del bien' sino como la personificación dañina de 'un algo' que es contrario al hombre. Y que paradógicamente, sólo puede entenderse como algo 'anidado' en el hombre mismo.

En el cielo como en la tierra. Una fórmula sencilla, que también hoy día tiene más efectividad, por cuanto la tierra parece haber olvidado que existe un cielo, infectado por la pestífera exhalación de una violencia ciega e innegable.

1479
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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