Tinta verde


Cuando cursé los estudios secundarios, se nos pedían algunos instrumentos o útiles escolares completamente inútiles. Uno de ellos, omnipresente en las primeras tres o cuatro semanas de clase y después olvidado y perdido irremediablemente, eran las novedosas plumas con cuatro cálamos de tinta. Negro, azul, rojo y verde.

Se alegaba que eran los colores necesarios para manejarse más o menos bien en la toma de dictados, revisión de apuntes, subrayado de párrafos y contenidos importantes/especiales.

Cuando caíamos en la cuenta, todo se reducía a dos colores: negro y rojo. El azul suplantaba al negro cuando era absolutamente indispensable, por lo que las combinaciones negro-rojo, azul-rojo, terminaban siendo la más socorridas y utilizadas.

Nadie, jamás, ni por asomo, utilizaba el color más débil dulzón: el verde.

Por alguna extraña razón, en mi vida la cuestión de los 'estudios' siempre estuvo marcada por el incómodo e innegable sentimiento -y también circunstancia- de llegar tarde.

Cuando cursé el cuarto grado, me emocionaba la idea de recibir los fundamentos de la astronomía -mi madre me mostraba sus libros de texto, con las órbitas planetarias y las principales constelaciones- o la botánica minuciosa que podría haberme hecho saber los nombres extraños y fascinantes de las hirbecillas que crecían en los campos, alrededor de mi pueblo.

Pero en el quinto grado, nada de esto sucedió. Sólo una amonestación severa de no reirse cuando en clase se nos mostraron dibujitos de un niño y una niña desnudos, y se nos trataba de explicar lo que para entonces ya sabía de pe a pa: que somos unos animalitos preciosos, revestidos de otra carne.

Aún así, conservaba la esperanza de que en sexto grado veríamos las complejas operaciones y procedimientos para aprender a sacar, a punta de papel y lápiz, la raíz cuadrada de un número cualquiera.

La maestra de entonces -Teresa, que actualmente trabaja en el Departamento de Matemáticas, creo que con algún alto cargo, en el ITESM campus Zacatecas- dio alguna explicación que emocionó a mis compañeros, pero no entendí por más intentos que hice. Los métodos tan anhelados eran un hiato de intuiciones y aproximaciones, más que un discurrir matemático y exacto.

Al llegar, por tanto, a la secundaria, se nos prometía que veríamos literatura. Botánica, Álgebra. 'Talleres'. Pero entonces comenzaron tres años de anhelos y llorar irremediable, por los cambios recientes en los planes de estudios, que reducían drásticamente la calidad de los estudios que recibíamos. 'Hace diez años la educación secundaria te permitía egresar dando clase en cualquier grado de primaria'. Y estaba la muestra de maestros que comenzaron su labor docente con apenas 16 o 17 años de edad, a cargo de grupos infernales de párvulos menores a los doce años.

Quedó como resumen y símbolo de todas esas promesas frustradas, la tinta verde. Que jamás se usó en clase, y mientras los cálamos de los otros colores desaparecían a velocidades asombrosas, el color verde permaneció intacto hasta el punto de secarse, o al menor descuido, escurrir por el carcaje de la pluma y manchar pantalones y camisas, o mochilas con sus libros.

Creo que ese es el mayor recuerdo que tendrán quienes pertenezcan a 'mi generación' -si es que tal cosa existe-: las manchas color verde indelebles y omnipresentes en pantalones, mochilas y libros, como símbolo de un pasado que se añora y antoja deliciosamente más rico que el desleído presente, y como frustración constante de algo que está irremediablemente lejos, en el tiempo, el espacio, y la memoria.

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Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

Comentarios

Sender Eleven ha dicho que…
Yo lo unico que recuerdo de primaria es que la maestra Xochitl usaba calzones amarillos... Te mande solicitud por face...