Bien podría vivir en Santa Fé.

Y mi vida no sería más sencilla que cualquier otra vida. Podría vagar por esas calles retorcidas, en la húmeda permisión de contravenir costumbres universales, disfrutando un buen café, fresco, oloroso y enervante.
Después, acudir a las glorietas, y visitar algún parque, un jardín escondido en lo más recóndito de alguna colonia recóndita, donde echaría de menos a los amigos que se han ido quedando dispersos, a lo largo del camino.
Después, al regresar a casa, encontrar la serena tranquilidad de un presente eterno, ajeno al tiempo, fluctuando entre el ensueño y la etérea realidad, un punto intermedio entre la gloria y el cielo.
Y mirando al rincón, encontrar una partitura escondida en un librero, una guitarra presta a dejarse amar, y mis dedos inexpertos en metamorfosis indecible, tomando lo que hay que tomar en toda mujer: un mañana cristalizado que corona y exalta el presente límpido y concreto.
Y no mucho después, vencido en la calma de un lecho sereno, experimentar por fin la paz absoluta, por hacer y no hacer, vivir y morir, soñar y abjurar, del tiempo que me ha tocado vivir.
Bien podría morir en Santa Fé.


Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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