Debí asistir a más orgías [I]


I wish I'd gone to more orgies!

Präeambulum.

A los fanas de los Simpson, esta frase les resultará más que conocida. Aparece en el episodio 'El padre, el hijo y la santa estrella invitada' [The Father, the Son, and the Holy Guest Star], dicha por uno de los soldados romanos retratados en el cómic con las vidas de los santos, que un irreconocible Bart lee con fruición.

Y es precisamente bajo este signo que intentaré dirimir los porqués de esta crisis 'de los 40' llegada antes de tiempo, y los intentos -desafortunados, pero a fin de cuenta, válidos- que hago por salir del atolladero.

No puedo decir que comienza, sino más bien, se manifestó el año pasado, desde el mes de octubre. Fue una etapa más bien curiosa, cuando mi hija comenzó con un miedo terrible a asistir al kinder. Cuando la inscribimos en agosto del año pasado, no hubo crisis ni malestar alguno. Gustosa se relacionó con sus nuevos compañeros, con la maestra, se adaptó de una manera inmediata al proceso, y todo lo que significaba pasar de una jornada con presencia de mamá y papá al 100 en su vida, a un ritmo de vida donde 3 horas diarias era sustraída del seno familiar, al que tan fuertemente está arraigada.

El llanto se tradujo en inquietud, alarma. ¿Habría pasado algo con la niña? ¿Abuso, bulling, maltrato, cualquier otra cosa? A Dios gracias no hubo nada de ello. Simplemente, a Yare tarde se le hizo para darse cuenta de que su existencia estaría en ciertos momentos, marcada por la ausencia de las figuras paternas. De Astrid y yo en su vida.

Intenté pensar, imaginar la situación, basándome en lo que fue mi dura vida infantil. Crecer sin padre, vivir pobreza extrema, vivir como marginado entre los marginados. Y fue entonces cuando sentí por primera vez en mi etapa como padre, la impotencia tremenda de no saber qué tanto estoy ayudando/entorpeciendo el proceso de independiencia de mi hija. Si lo que he vivido a su lado sirve de algo, o redundará en un balance o saldo a favor y en favor de mi hija.

No por el gratuito pensar en función del '¿qué será de mi hija cuando yo no esté?', sino dándole vueltas a lo válida o inútil que habrá sido mi existencia cuando ella llegue a juzgarme o recordarme. Qué es lo que estoy dejando para ella, qué cosas le harán sentirse feliz y orgullosa de haber tenido un padre como lo que en este momento soy.

Y no se trata de vanagloria, no se trata de ese grito en pos de la eternidad que preconizó Spinoza, sino de algo más visceral, un miedo ciego ante un vacío que se antoja eso: fin y derrota del tiempo que nos ha sido dado.

Entonces, tratando de dilucidar qué tanto hay de razón en la irracionalidad del miedo ante la muerte, he tratado de dar con un norte que, como siempre, habrá de seguir su camino propio y las vías más inesperadas. [...]

Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.