La verdad, no me gusta robar.

Miren:
La verdad no me gusta robar. Por eso estoy aquí pidiéndoles los doce pesos que me faltan para acompletar una bolsa de chicles. En serio, miren, en toda la mañana sólo he juntado veinte pesos, y eso porque en el primer camión que me subí junté 16 pesos, y en el segundo camión una señora me dió dos cincuenta, y otra señora uno cincuenta. La bolsa de chicles que quiero comprar vale treinta y dós pesos y trae doscientas cuarenta piezas. Así que ái les pido, si me pueden ayudar para acompletar la bolsa, y si no me pueden ayudar pues no importa, de todos modos que Dios me los bendiga. ¿Y usté, gusta coperár?
Hace algunos días, algún columnista del portal Patheos se preguntaba si debería cambiar por efectivo un cheque enviado por una obra de beneficencia cristiana. Parece un juego pero no lo es, la práctica de ese pedigüeño que espetaba en nuestra cara que no le gusta robar, obedece a la misma estratagema: la extorsión moral.
¿Cómo puede alguien decir qué le gusta? Probándolo previamente. Por lo menos una vez.
Es decir, que no le gusta robar porque previamente ya ha robado, y algo salió mal o no salió como debía. Por eso, busca comprar una bolsa de chicles pero amenzando veladamente: si no la completo, no me quedará otro remedio que volver a robar.
Si yo, usuario del servicio de camiones, deseo no ser dañado, siquiera como mera posibilidad de que aquel hombre y yo nos volvamos a encontrar algún día, y él me asalte en circunstancias más favorables para él y catastófricas para mí, deberé pagar el salvoconducto traducido en aquella invisible bolsa de chicles.
Es decir, que estoy a cuota y esa cuota debo cubrirla a bordo del camión que utilizo todos los días.
Ya no valen quienes quemando llanta y llevándose los altos nos amenazan con sus armas de asalto a plena luz del día, esos ante quienes federales, policías y fuerzas especiales cierran los ojos, ahora ellos no irán hasta nuestros negocios a extorsionarnos, no, ahora ellos se han subido en nuestros medios de transporte cotidianos, y nos ofrecen una bolsa de chicles que realmente oculta detrás una ganzúa experta, o un doce recortado.
Lo peor de todo, es el cierre, teatral y redondo: 'Que Dios ME los bendiga'. Somos su propiedad, él pide a un dios -que bien puede no ser el nuestro- que 'nos guarde' porque estamos a punto de darle una moneda. Y si no le damos, de todos modos, 'nos vemos a la salida' decíamos en el cole.
Claro, no le di una moneda. Ni yo ni nadie, bajó del camión tal como subió, y maldiciendo por lo bajo mientras sonaba en la bolsa lo que se supone deberían ser los veinte pesos tan puntualmente contabilizados enmedio de su discurso.
Esta es la cifra de la descomposición social. No basta sólo con pedir 'limosna' en los cruceros más transitados de la ciudad, ahora el negocio está en hacer saber a la sociedad que los criminales son tales porque no hay otra salida, y que si no queremos que ellos vuelvan a deliquir, deberemos mantenerlos dándoles la cuota que ellos nos piden.
De otra manera, ya sabemos. Otro día nos veremos las caras.




Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Peor hubiera sido que se subiera un regidor, bien trajeado, y te dijera lo mismo, no solo porque la imagen sería algo extraña sino porque resulta más increíble que te salga con que no le gusta robar...
Francisco Arriaga ha dicho que…
Pues acá tenemos no sólo regidores, sino ex-presidentes municipales que están que se pelan por un segundo mandato.
Y tienen hoteles, acciones en clubes deportivos, restoranes y demás.
Entre unos y otros, los trajeados 'funcionarios públicos corruptos', y los limosneros con garrote que se trepan a los camiones, estamos igual de asqueados y jodidos.