Doppelgänger.

El gran problema de vivir en México y ganar el mínimo radica en la idea de que quienes nos gobiernan piensan que con el mínimo es suficiente para 'paliar las necesidades' de una familia promedio. Me gustaría ver qué harían los Moreira y toda esa caterva con un mínimo como entrada fija. Terminarían dándose un balazo antes de decir ni pío.
No he podido meterle mano a mi camionetita, 'yonkeada' desde hace seis meses. Así pues, me veo en la necesidad de caminar diariamente cuatro kilómetros para llegar al trabajo, lo que si no es mucho sí lo parece bajo el sol a plomo de las cuatro de la tarde a cuarenta grados.
En fin, aprendes sobre la marcha que hay mucho por aprender y sí, de repente echas de menos un buen teléfono para sacar alguna fotografía que sería interesante. Pero quizá, además de cosas dignas de ser fotografiadas, hay algunas otras cosas que te hacen preguntarte por qué precisamente tienen que pasarte a tí, de la manera en la que están sucediendo y no de otra forma.
Por la mañana me encontraba de frente con un ciclista, hombre entrado en los sesenta años, al parecer guardia de seguridad. Venido de algún pueblo provincial, o quizá originario de alguna colonia de la periferia.
Nos saludábamos, 'buenos días' y seguíamos el camino. El tramo que recorro, en ese entonces ajeno a los ires y venires de las líneas de autobuses urbanos, era casi tramo seguro para ser asaltado sin que a nadie le importase un bledo.
En una de esas mañanas, desde el otro lado de la calle, me gritó: 'ya no le pegue al niño'.
No entendí. Escuché las palabras, conozco y sé el significado de 'golpear a un niño', y también percibo los alcances que eso conlleva en un lugar donde la violencia está a la vuelta de la esquina.
Pensé que me estaba confundiendo con alguien más, o que simplemente el guadia de seguridad estaba tomado, reponiéndose de la resaca.
Esto se repitió un par de veces más. Con un par de semanas entre cada ocasión, hasta que, esperando el camión en una esquina, se detuvo en la bicicleta y me volvió a decir un par de veces, con ira, coraje. 'Ya no le pegue al niño, ya no le pegue al niño'.
Claro que me preocupé. Ese guardia de seguridad estaba confundiéndome con alguien más, y ahora prácticamente me acusaba frente a desconocidos en una parada de autobús.
No fue por valentía que sucedió lo que un más más tarde pasó.
Evidentemente, en aquella ocasión el hombre estaba tomado, tambaleándose en la bicicleta. "¡Ya me dijeron, que usted le pega al niño, que golpea mucho al niño. Ya no le ande pegando al niño si no yo lo voy a poner en su lugar!"
Me aseguré que hubiese algún automóvil en cualquiera de los seis carriles de la avenida. Por fortuna los había, y él estaba del lado contrario así que le resultaría difícil, con todo y bicicleta, llegarse hasta mí y propinarme algún golpe.
"¡Yo no tengo niños, compadre, me estás confundiendo!" fue lo que le grité. En su borrachera algo se desconectó, o algo se reconectó. Me miró atentamente, extrañado, como si regresara de otro planeta. Volviendo la mirada al frente siguió su camino, y curiosamente aquella fue la última vez que lo vi, que nos encontramos en mi caminar hacia el trabajo.
Me han dicho que tengo varios 'dobles' aquí en la ciudad. El caso que más me intrigó fue el de cierta maestra que, el primer día de clases al presentarse en el centro de cómputo, me saludó preguntándome 'Doctor, ¿qué hace usted aquí?'. Acercándose, me pidió disculpas y me dijo que pensó que era el doctor fulano de tal, que trabaja en el centro de salud. Algún tiempo después me comentó que efectivamente, soy más que parecido a un doctor que trabaja con ella, y le resultó extrañísimo encontrarme y pensar que el doctor se hubiese teñido el cabello y supiese también de computación, al punto de trabajar allí por la mañana.
Me han preguntado si trabajo en cierta maquiladora, en un centro comercial, en una refaccionaria. Quienes me preguntan piensan que efectivamente era yo, y quizá se quedan con la idea de que bien pudiera tener algún 'hermano' que trabaje en esos sitios.
Pero esos dos episodios se llevan las palmas. Claro que no me gustaría, ni de chiste, toparme con mis dobles en caso de que fuesen tales. Quizá sea por un instinto de conservación mal entendido, o por alguna especie de prudencia que tope con la cobardía. El caso es que, aunque sea por terceras personas, parece que mi 'unicidad' no es tal, al menos no en este mundo ni en este universo.
1699
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

Comentarios

-ReD- ha dicho que…
A mi la primera vezmMe pasó cuando estaba en sexto de primaria, un papá me siguió media cuadra llamándome por un nombre que no era el mio y cuando me alcanzó se puedo apenado y me dijo: discúlpame es que eres igualita a mi hija, sólo que ya me acordé que a ella esta mañana yo mismo le peiné dos trenzas y tu traes una cola de caballo, pero hasta el cabello tienen del mismo largo. Al otro día cuando mi mamá me acompañaba a la escuela la saludó y le contó lo ocurrido y poniéndome a su hija al lado hasta mi madre tuvo que convenir en que de verdad, eramos igualitas.
Francisco Arriaga ha dicho que…
Brrrr. De dar calosfríos. El horror viene precisamente cuando, después de la primera acusación, uno percibe la posibilidad de ser agredido ahora sí que sin deberla ni temerla. Créame que fue incluso casi una epifanía inversa: comencé a hacer mi 'examen de conciencia' en automático, y preparándome para un final apocalíptico. Afortunadamente no pasó del susto, aunque me pregunto qué será de aquel niño golpeado a quien quizá nunca conoceré.