Redescubriendo la 2da. sonata para piano de Rachmaninov.


Joseph Villa es un pianista envuelto en un aire de misterio. Comparte el podium con Godowsky y quizá con Zimerman.

Sus grabaciones, verdaderos referentes de algunas de las piezas que, cual la Hammerklavier a mediados del siglo XIX, sobresalen como cimas en el amplísimo horizonte pianístico, circularon en forma de grabaciones amateurs hechas en cassettes que fueron copiados y distribuidos entre coleccionistas como verdaderas y raras gemas.

El registro de la Segunda sonata de Rachmaninov, grabada en 1991 en algún recital y que circula en distintas ediciones en Youtube, es una muestra y justificación de ese endiosamiento.

Al escuchar su interpretación, con el fuego que caracteriza la mayoría de las interpretaciones en vivo [pienso precisamente en Richter, Gravrilov y Horowitz], sentí que una fibra mínima comenzaba a vibrar en algún recoveco ignorado de mis neuronas atrofiadas.

Pensé en la cajita de Horowitz, "Vladimir Horowitz: Complete Masterwork Recordings, 1962-1973", y me puse a buscar en Amazon. Me encontraba en horas de trabajo, sin tener acceso físico a la cajita, y allí la encontré.

En el disco 13 [Volumen 9, 'Late Russian Romantics'], Horowitz interpreta la sonata en Si bemol menor, op. 36. Esta es una sonata 'sinfónica', exigente al extremo, que juega con leitmotifs y también permite un alto grado de invención al intérprete.


La primera indicación para uso del pedal aparece en la página 10. Es decir, en el compás 83 -si no he contado mal-.


Rachmaninov indica explícitamente cómo debe utilizarse el pedal: para sostener la melodía que abarca ambos registros y a la que sucede una réplica que alterna los graves con los agudos [mano izquierda], mientras la mano derecha sostiene las armonías con notas repetidas a la octava.

La interpretación de Horowitz, monstruosa, romántica y fiera, se exacerbó con la presencia del público. La toma registrada en ese disco pertenece al concierto mítico en el Carnegie Hall, realizado el 15 de diciembre de 1968.

El contraste entre la interpretación de Villa y Horowitz no permite comparaciones. Horowitz interpreta desde la partitura a un compositor que además de ser su compatriota -y por si esto no fuese suficiente-, juega impúdicamente con los registros y dificultades técnicas del mecanismo. Villa se aproxima a la escuela romántica rusa, extrayendo la melodía y la forma de aquellos papeles pautados a los que impone su propia visión y estilo.

La necesidad de explorar, de volver a escuchar las grabaciones con atención y también, la necesidad de dar un respiro entre audición y audición, nos permiten atisbar la grandeza de intérpretes y compositores, a la vez que confirmar lo etéreo de nuestra condición humana: somos almas encerradas en un cuerpo tan grosero, que requiere explosiones acústicas de este tipo para tener un vistazo, fugaz y efímero también, de la eternidad.


1706.
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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