El infierno de lo inmediato: entre el TDAH y la obsesión monotemática.

"El teléfono se inventó para acortar distancias, no para alargar conversaciones".

¿Le suena esa frase a V. Merced?

Hace una treintena de años, con aquellos simpáticos teléfonos de disco que, cuenta la leyenda, podían burlarse con algunas técnicas muy curiosas, era impensable para el usuario promedio utilizar el teléfono para otra cosa que no fuese comunicar, transmitir, información de un punto a otro punto.
El Internet por adsl y demás estaba pensado para utilizar ese mismo medio, echando mano de la posibilidad de utilizar diferentes frecuencias y protocolos para alcanzar objetivos diferentes.
Un poco más tarde, al mediar la década de los noventas, los teléfonos celulares que semejaban ladrillos  y pesaban tal cual, arrancaron al servicio telefónico de sus muros, paredes y mesitas en la sala de estar, para subirlos en los automóviles, aviones comerciales, y en el bolso o maletín de los pudientes que podían costearse el pago de la entonces carísima telefonía celular.
Poco después, porque el gusto no nos duró mucho, el servicio de radio adosado al teléfono conocido generalmente como Nextel agudizó esa inmediatez que ya era evidente con el teléfono celular.
Con los teléfonos de casa, de disco, era común no recibir una respuesta e intentar en el transcurso del día establecer la llamada, sobrepasando el mensaje de la máquina contestadora y grabadora. Con el teléfono celular ya no era necesario. Cambiaron los paradigmas, y el hecho de no contestar no significaba, como antaño, que no 'hubiese nadie en casa'. Simplemente, la otra persona no quería contestar... o en el más benevolente de los casos -si concedíamos esta posibilidad- se había dejado el móvil en casa.
La revolución que significó Nextel llegó al punto en que el espacio personal y más privado se vio invadido por la señal radial. No era excusa tomar una ducha o hacer uso del water para evitar contestar el bip-bip. Escuchar ese pitido doble obligaba a una respuesta inmediata, impostergable.
Pero, ¿qué sucede si aunamos la inmediatez telefónica y radial, con la ubicuidad del internet tal como lo conocemos en este momento?
Los smart-phones que siguieron como sucesores inmediatos de los aparatos Nextel y los ya obsoletos teléfonos celulares de primera generación, permiten no sólo la recepción de mensajes de voz y llamadas telefónicas, sino también la creación y transmisión de contenidos multimedia, incluso el streaming en tiempo real de eventos en cualquier parte del mundo.
Con la aparición y esta nueva invasión de los smart-phones, han vuelto a cambiar los paradigmas y el comportamiento del usuario final del servicio, lo que es más evidente en adolescentes y jóvenes.
Hablaré en este caso de los adolescentes, específicamente de quienes tienen de 15-17 años. Mi trabajo me permite observar ese comportamiento tan curioso y desconcertante para el que no encuentro explicación, así que es posible que alguien pueda desarrollar y efectivamente esté realizando una investigación incluso a nivel académico sobre este tema.
A pesar del boom que supuso el nacimiento, crecimiento y auge de las redes sociales, los servicios de mensajería instantánea han ido desplazando poco a poco a los servicios que les incluyen aún como un componente esencial. Pensemos en el servicio de mensajería de Facebook, o los servicios muy sui generis como Twitter y WhatsApp.
Esos jóvenes de nivel medio-superior adolecen un Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad que podría decirse, tiene todas las características de un caso clínico. Son incapaces de centrar su atención en espacios o periodos de tiempo mayores a 10 o 15 minutos, y por nada en el mundo pueden permanecer en silencio, incluso cuando presentan exámenes escolares.
Hay quienes durante las evaluaciones escolares llegan al punto de enceder el reproductor de música del teléfono, porque de otra manera cualquier actividad que se les indique, resulta monótona, cansada y finalmente, inútil.
Esto es más evidente cuando se requiere el llenado de encuestas en línea, como las ofrecidas en el formato ya obsoleto del estudio socioeconómico del CENEVAL aquí en México.
Antes de contestar una batería de 65 preguntas en promedio, se requiere que el usuario proporcione información básica, dirección, número telefónico, la CURP, correo electrónico.
Y mientras contestan, es común observar cómo introducen un valor, el número exterior del domicilio particular sólo por decir algo, y pulsan con rapidez supersónica la pantalla táctil del móvil para contestar un mensaje recibido medio segundo antes.
Es decir, el bombardeo de información que reciben esos chicos es tal que resulta impensable para nosotros, los que nacimos en el milenio pasado, realizar dos actividades tan dispares como el contestar el registro para generar el pase para el CENEVAL y discutir con mamá o con papá si comeremos en casa o iremos a la pizzería más cercana y de allí a algún otro sitio en la tarde mientras le decimos al compañero de al lado qué fastidio contestar las pinches encuestas y le decimos al amigovio/a que entonces ya quedamos.
Y esto último, simplificando hasta lo risible las situaciones reales, tres o cuatro ventanas simultáneas con las que se interactúa, mientras la pantalla requiere una información y datos completamente ajenos a las conversaciones inmediatas que se realizan en el smartphone.
Precisamente aquí es donde se presenta la paradoja que se menciona en el título rascuache de esta entrada:
Las herramientas utilizadas por esta generación de usuarios permiten y obligan a una inmediatez en la respuesta a estímulos, cuestionamientos y pensamientos, y más aún, requieren de esta misma inmediatez para validar su efectividad. Nada peor que el 'quedarse en visto', situación a la que una función como 'editar el mensaje' responde, -no sé si de manera adecuada o por lo menos, satisfactoria-.
La escritura inmediata, esa escritura neurológica, conlleva la maldición de lo eterno. A pesar de su inmediatez, o en virtud de su inmediatez, lo escrito, enviado o publicado, es prácticamente indeleble.
El cerebro de estos chicos se ha modificado, y como toda entidad biológica capaz del aprendizaje por el ensayo/error, o por estímulos del ambiente circundante, ha desarrollado un arma constatable por quienquiera que haya intentado cambiar la opinión sobre un tema cualquiera de esos usuarios adolescentes de servicios móviles. Una vez que un concepto -verdadero o no, esto es irrelevante- ha hecho mella en el intelecto del adolescente, es punto menos que imposible hacerle cambiar su postura o punto de vista. Y se vale, echando mano de una manera prodigiosa, de todos los argumentos recibidos en el bombardeo de lo inmediato. Lo que ha leído, lo que le han contado, lo que ha visto, lo que ha escuchado. Todo converge en un solo momento erigiéndose como la defensa, el arma superior, que le permitirá hacer frente a cualquier situación en que se encuentre.
Al no tener un 'criterio' -entendido según el modo antigüo- suficientemente maduro y probado por la argumentación y contra-argumentación, lo que hoy se dice y escribe será utilizado como arma y evidencia probatoria en algunos años, quién sabe si en alguno siglos, incluso.
Para terminar con esta divagación, un ejemplo que viví 'en carne propia' -¿quizá es posible vivir algo 'en carne ajena'?- cuando mis andanzas por internet eran meros desvaríos inocentes que pecaban de candor.
Hace unos quince años Alejandro Sanz lanzó un reto descerebrado: si conseguía que 3´000,000 de personas lo pidieran, él dejaría de cantar. No es un chiste, la página para firmar se abrió y al parecer en pocas horas consiguió batir un récord. 20,000 firmas en un par de días. Sí, un récod: recuerde V. Merced que esto fue hace varios años. Pues bien, al lado de mi esposa, vi la encuesta y aunque hay varias canciones de este autor que me gustan en serio, firmamos ambos cometiendo un error garrafal: firmar con nuestro hombre de pila.
Este error me persiguió años y años, y si Vd. frecuenta Youtube y navega por los trending-topics y demás, habrá escuchado de 'cosas que jamás debes buscar en Google', por ejemplo. Una de ellas, buscar su propio nombre. Bien, más de 12 años busqué mi nombre completo y siempre, entre los pocos resultados que arrojaba el motor de búsqueda, la referencia constante era la de mi firma perdida entre tantas otras firmas en esa petición absurda. Finalmente, hace un par de años, supe que la petición había sido retirada, cerrada o sabrá Dios qué. El asunto es que por fin, debido a algún imprevisto con los servidores, mi nombre fue borrado de tan infame lista.
Lo único que resta de ese incidente es una disculpa muy sentida por el retiro de ese sistema de encuestas:

Petition Online

The End

We'd like to thank all of you for your participation in the Petition Online community and how you used it to change the world. Sadly, the continued cost and maintenance of the site has made it no longer viable, especially with other alternatives out there.
If you still have an issue that you want to make progress on, we heartily recommend that you start a petitionat Change.org.
Sincerely,
The Petition Online Team
En fin. Si algo como una petición puede permanecer años y años antes de perderse en el olvido imposible de ceros y unos, qué no podremos esperar de esos arranques inmediatos donde las neuronas quieren que llueva fuego y agua al par, para pedir inmediatamente después a todos los dioses que cese el castigo y nos conceda la bendición del olvido.

1719.
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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