Sirena.

Escucho el sonido metálico, lastimero, de la sirena de una locomotora.

Escrito así, poco peso tiene.

Explicado así, podrá comprenderse lo anómalo de este hecho:

La vía más cercana está a cinco kilómetros. Escuchar la sirena de una locomotora que se dirige lentamente a los patios de la KCS de México, un domingo a las 10 de la mañana, en esta ciudad, equivale a decir que es posible escuchar el sonido de una moneda de diez pesos cayendo a plomo en el zócalo de la ciudad de México, en medio del desfile militar del veinte de noviembre.

Aduciré mi conocimiento -y más, mi capacidad de 'reconocimiento'- casi experto de sirenas ferroviarias. Las escucho todos los días a las 10 de la mañana, con excepción de los domingos, desde hace casi trece años. La vía más cercana se ubica a unos 200 metros de distancia de mi lugar de trabajo, de allí lo moldeado que está mi oído a ese sonido.

Si han cambiado muchas cosas en este tiempo de cuarentena, virus, temor y terror, entre ellas no será infrecuente constatar que los sentidos, hechos a otro ritmo y bullicio, también han salido ganando de formas insospechadas. El silencio amargo y gris de esta semana nublada y lluviosa ha venido a aderezarse, misteriosamente, con ese sonido que pudo viajar sin perderse media decena de kilómetros, aprovechando el encierro apocalíptico de una ciudad que resuma puestos ambulantes, vendimia y deportes, los domingos a las diez de la mañana.

Pero hoy, no.
1732
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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