La casa de papel: La excelente dosificación de un argumento mal dosificado.

Desconfío a priori de algunas campañas publicitarias, principalmente cuando vienen acompañadas de un desmedido afán de convencer de la excelsitud de tal o cual contenido basándose en los meros niveles de audiencia.

Por ello, cuando vi hace ya un par de años que los avances de 'La casa de papel' comenzaban a infestarlo todo -ganándose el derecho de un meme de Homer Simpson en la taberna de Moe, totalmente desconectado de esa euforia- me dije: 'esto no es para mí'.

Una serie que circunscribirá a un ámbito cerrado, un plan y un escenario por demás limitado y las peripecias por llegar hasta el final de un atraco muy sui generis, no era algo que me llamara la atención.

De las series llevadas a buen término y que transcurren en espacios cerrados y que no excluyen una dosis altísima de claustrofobia, puedo mencionar la cancelada Helix, y 'El nombre de la rosa'.

En semanas pasadas ví una noticia que mencionaba la llegada de la temporada final de La casa de papel, dividida en 2 'volúmenes'. Así que cuando mi esposa decidió darle una oportunidad el domingo y después de un par de episodios entretenidos, me animé a seguir con ese maratón de 6 episodios, que continuamos ayer sumando otros 5, quedando así a 2 episodios del final de la primera temporada.

Filmada con un estilo ágil, sin grandes caídas y con la suficiente coherencia externa para facilitar precisamente ese 'visionado' en tandas maratónicas, La casa de papel es muy disfrutable, un producto digno del reconocimiento y prestigio que goza dentro de la cartelera casi permanente -por ahora- de Netflix.

No obstante y a pesar de la producción cuidadísima, de la edición magnífica y ese respeto por los detalles, hay situaciones que emanan del argumento principal que hacen que la serie, en cuanto tal, desmerezca y no soporte quizás una segunda mirada.

Como ya sabrá el poco probable visitante asiduo de este blog olvidado de la mano de Dios, aquí somos propensos y nos encantan los espóilers. Así que siga leyendo bajo su propio riesgo.

Entre esas inconsistencias imperdonables, figuran las que son, o un descuido de proporciones épicas, o un desconocimiento 'del mundo real' que los escritores de la serie se han empeñado en mostrar y demostrar a lo largo de los 11 capítulos que llevo vistos.

Han bastado 3 días, es decir, viernes, sábado y domingo, para que se instaure un remedo de los campos de concentración nazis, con prisioneros aislados en diferentes barracas, prisioneras dispuestas a mercar con el cuerpo con tal de conseguir algún favor o trato especial y, lo peor de todo, para hacer que surjan lazos y vínculos que no sólo son una burda interpretación literal del Síndrome de Estocolmo, sino que tales lazos y vínculos son llevados mucho más allá de una mera 'simpatía' por el captor cayendo de plano en el romance espontáneo y justificado por un montón de hormonas a punto de hacer erupción. Tenemos también una fuga en forma y un par de incursiones -personal médico y finalmente, la cabeza de toda la operación policial de rescate- de la fuerza policial en el sitio.

Cuando mi esposa y yo vimos la segunda temporada de esa curiosa adaptación de las sagas nórdicas 'a los tiempos modernos' llamada Ragnarok -y después de casi un año de espera- al llegar el episodio 3 o 4, hay una escena que me resultó chocante en demasía. Uno de los 'gigantes' dice irónicamente a un destemplado y confundido Loki: ese es el problema con ustedes los pobres, siempre se conforman con muy poco.

Le comenté a mi esposa que una de dos, o el escritor/guionista o lo que sea, nunca ha convivido con personas o familias que hayan pasado o sufran y padezcan pobreza, o el escritor/guionista/lo que sea jamás ha estado en una situación de pobreza.

El problema con los pobres es precisamente el contrario, jamás se conforman con nada y como ejemplos podrían aducirse los actuales magnates que comenzaron negocios en garages, comprando paraestatales quebradas y robando patentes o revendiendo esto y aquello, o fundando redes sociales en un dormitorio universitario, todos comparten un origen común y también esos rasgos psicóticos y psicópatas que los hace creerse los dueños absolutos del mundo y al día de hoy, siguen queriendo más y más sin conformarse jamás con nada.

Viviendo en un país azotado sistemáticamente por una violencia que dista mucho de ser meramente abstracta, en el día a día y con casos que pueden contarse por decenas en la ciudad fronteriza donde vivo, puedo decir que es imposible en un par de días pasar del Síndrome de Estocolmo al enamoramiento y al cuento de hadas. La violencia de secuestros, levantones, desapariciones forzadas poco tiene de romántico, y para muestras cualquier noticiero donde los secuestros, asaltos a combis, transportes de carga y demás [esto, para no tocar un punto dolorosamente actual y vigente como es el sufrimiento que el crimen organizado causa a los migrantes que osan circular por el país en esa travesía increíble que supone cruzar el país haciendo y siguiendo la ruta más extensa], no dan margen para ese tipo de situaciones.

Pudiera ser que ese fin sea algo buscado y planeado 'a conciencia' por los escritores y editores de la serie, [y es algo válido; finalmente, es un producto televisivo y no una transmisión del telenoticiero vespertino], en cuyo caso, tales arrumacos más que sumar a la trama, restan al producto final.

Y segundo y quizás el más grave: El Profesor deviene en una caricatura del superhéroe, un calco mal hecho de Robin Hood mezclado con McGiver o el Tom Cruise de Misión imposible.

En menos de 72 horas hemos visto a "El Profesor" flirtear con la inspectora a cargo, llevársela a la cama, enfrentar un cateo a punta de pistola, y esto sólo en el ámbito 'personal'. Todavía tiene tiempo y ánimos para brincarse la cerca de un deshuesadero de autos no una, sino dos veces, burlar al encargado del sitio, limpiar huellas y sembrar al mismo tiempo pistas falsas en un automóvil que se supone había sido triturado, robar una farmacia para llevarse registros contables, enfrentar también un cateo muy mal disimulado por parte del asistente de la inspectora y, lo más inverosímil, burlar a la policía para entrar en una patrulla y enviar un mensaje en ruso al encargado del deshuesadero amenazándole con lastimar a su familia si llega a terminar su retrato hablado.

Por si esto no fuese suficiente, aun puede monitorear cámaras, contestar llamadas y llevar el seguimiento del Plan que, visto así, es más ambicioso que aquel otro detallado por Eco en El péndulo de Foucault y que requirió hipotéticamente siglos para su elaboración.

¿Qué venga en esos dos episodios que nos quedan por ver de esa primera temporada, y cómo podrá sostenerse un argumento así no por dos ni por tres, sino por prácticamente seis temporadas [tomando en cuenta esa división de la quinta en dos volúmenes]?

Es algo que posiblemente veré en los días siguientes aunque, como van las cosas, no sé qué tanto pueda valer la pena.

Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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