La summa de los clichés: o 'cómo Wednesday pudo construir sobre cimientos viejos y renovar discursos obsoletos'.

Ahora que ha pasado un poco la euforia de 'Wednesday' con la publicidad de sello agresivamente propio de esa compañía generadora de contenidos multimedia cuyo nombre comienza con la letra 'N', es posible hablar tratando de mantener un mínimo de cordura e imparcialidad sobre esa serie y las actuaciones -que no los actores- que la hicieron posible.

Parafraseando y utilizando un recurso que también emplea la serie, la creación de un personaje, su presentación netamente analógica en un mundo digitalizado -hasta el automóvil clásico en el que se pasean sus padres es una educadísima bofetada a la obsolescencia que hace su agosto con celulares, computadoras, electrodomésticos, programas de software, automóviles y demás-, Wednesday funciona porque causa el mismo efecto de quien se presentase en una reunión de generación de la vieja secundaria o preparatoria con un viejísimo Nokia en la mano y una cámara Kodak de rollo colgando del hombro: está allí para disfrutar de la reunión, no para incrementar el número de followers ni acrecentar el número de 'likes'.

La modernidad y lo inmediato, la facilidad de las redes sociales y la instantánea sensación de 'actualidad' que busca insuflar en el usuario un sentimiento de vigencia, validez y aceptación, se utilizan como elementos contrastantes sin caer en algunas de las trampas que tales tipos de argumentos y narraciones adolecen.

¿De qué otra manera podría la magia ser tal, si trocásemos los ensalmos y encantamientos por código ensamblador, por lenguaje cibernético, por energía nuclear y -para caer de lleno en la trampa- los territorios de la física cuántica?

Libros, pinturas, retratos, pócimas, antiguas maldiciones y vigentes líneas ancestrales de especies sólo pensadas, soñadas o esbozadas en un códice de piel, todo ello no tiene cabida en el mundo tecnológico que nos invade hasta el punto de hacer que la nevera, el horno y las lámparas led tengan acceso a internet.

La inteligente y soberbia Merlina debe hacer frente a un mundo que le resulta indigerible, con parámetros y escalas de valores [o anti-valores, si se quiere] que no comparte y que, a pesar de los cuidados, precauciones y prevenciones, termina entrometiéndose en su vida y poniéndolo todo patas arriba. El gran acierto, una de las máximas cualidades de la serie, es la de no intentar justificar la inclusión de situaciones, rasgos, gestos que hoy son ya clichés, y echar a andar sobre el sendero ya previamente recorrido. La serie resulta familiar desde las primeras tomas, donde una modernísima alberca de dimensiones olímpicas sirve de marco para una despiadada venganza -y muy a tono con la protagonista, hay que decirlo también- y simultáneamente, servir para marcar distancia y hacernos entrar de lleno en esa realidad 'alternativa' donde la cotidianeidad de la magia tiene mayor peso que la inclusión y uso de las últimas tecnologías de la información.

En ello radica la principal diferencia entre la saga de aventuras del mago inglés, y la Merlina norteamericana: mientras el primero intenta crear desde la nada un reino con sus propias leyes, su propia mitología y su propia cosmovisión, Merlina parte de lo que ya está allí, al alcance de la mano -y también de la sección de historia de cualquier biblioteca pública- y comienza a narrar. Incluso, hay escenas planteadas como recreaciones históricas tan acertadas e inmediatas, que pasan desapercibidas para quien no esté buscándolas o no cuente con la referencia.

Una de ellas: Merlina paseando por la calle a su escorpión Nerón. ¿Un escorpión como mascota, llevado con correa y causando por igual el asombro y el escándalo por donde pasa? Antes, el 'buen catalán anacoreta' hizo lo propio estableciendo incluso una moda entre la alta sociedad parisina: quien se tome el tiempo de cotejar la escena y la famosísima fotografía del pintor con su oso hormiguero saliendo de uno de los accesos del metro puede constatarlo.

Ejercicio bien pensado y bien llevado a cabo, cumple su objetivo como un producto que puede analizarse desde varios niveles, puntos de vista y demás. Y es tan encomiable su acierto que invita a leer a Poe, a recorrer los libros viejos de la historia vieja de los últimos 500 años, y a recorrer vetustos programas de televisión que hoy por hoy circulan dispersos en Youtube.

Esperemos -y esperamos- que en la segunda temporada ya confirmada, Merlina nos ofrezca, tal como nos mostró en la primera, una minuciosa capacidad para el desquite y el ajuste de cuentas, vengando la absurda muerte de su inusual mascota.

Sería ponerle una cereza al pastel.

1756.
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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