Signo, símbolo, arquetipo: 'Sisu' como identidad, reflejo y memoria.

Ya se ha dicho todo lo que puede decirse de este filme: amalgama que resultaría de mezclar la saga de 'Rambo' con la narrativa de Tarantino, aderezada con nazis que huyen arrasándolo todo a su paso.

Antes de que llegue la primera secuencia del filme, aparece en el fondo negro la 'definición' de sisu. No la reproduciré aquí ya que, poco antes del último acelerón y autocitándose, hay una chica que la dice letra por letra, como si se tratase de la fanfarria que antecede la entrada triunfal del héroe.

Sin miedo de empantanarse en el maremágnum de los clichés, Jalmari Helander con un filme que es la suma de todos los filmes bélicos de los últimos treinta años, intenta retratar -hasta qué punto idealizando, es algo difícil de dilucidar- el alma, el espíritu y el temple del pueblo finlandés, representado por ese 'escuadrón de un solo hombre' y por las mujeres sometidas, ultrajadas pero jamás esclavizadas o neutralizadas. El héroe muere y renace una y otra vez, haciendo que Silvester y Arnold se vean como un par de adolescentes inexpertos.

No obstante, es de esperar que el director consiga dentro de poco tiempo filmar la cinta que definirá su carrera y le dará renombre mundial como un 'director serio': hay potencia en varias tomas de la cámara, su manera de narrar es concisa y efectiva, y la forma de hilvanar la historia demuestra igualmente una capacidad extraordinaria para abarcar la obra como un todo más que un agregado de escenas y planosecuencias montadas en un guion.

Y, dejando de lado las escenas salpicadas con sangre de utilería, hay en el filme un amor profundo por la tierra, por la gente y por la historia. Sólo alguien enamorado de su país sería capaz de montar y filmar algo como las escenas que aparecen en los dos últimos minutos del filme.

Metáfora de la vida, las escenas finales dejan entrever que a pesar de su naturaleza destructiva, la barbarie también forma parte intrínseca de la cultura como tal; que no puede pensarse el comercio, la sociedad, si no se contempla también -y se incluye en la ecuación- el fantasma omnipresente de la guerra, del conflicto: es precisamente de las cenizas de la civilización actual que ha de resurgir el hombre del futuro, quien recogerá los frutos que hemos sembrado y también llorará todo aquello que ya perdimos.

1758.
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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