¿Qué vista puede Vd. conseguir con un millón de dólares?

[21 de junio, 10:39 hs.]

Preocupación, azoro, desesperación, horror.

Las aguas del Atlántico Norte se han enturbiado nuevamente, agitadas por la búsqueda de 5 osados aventureros que decidieron dar un paseo alrededor de los restos oxidados y deteriorados de aquella mítica embarcación, que ha sido objeto de teorías conspirativas que van desde su utilización como transporte para una momia egipcia, hasta un fraude millonario a la compañía de seguros que jamás imaginó necesitar pagar un solo centavo por un barco 'insumergible' como aquel.

Horror.

Por los osados aventureros, y por las acciones -implícitas y explícitas- osadísimas de los mismos.

Cada uno de los cuatro viajeros debió pagar 250,000 dólares por el derecho, privilegio, de descender hasta el lecho del océano y encontrarse de frente con el navío siniestrado. Es decir, cubrieron el importe solicitado de un millón de dólares por hacerse con el derecho de visitar las ruinas de un sepulcro metálico incrustado en las profundidades marítimas. Su equivalente en moneda nacional: diecisiete millones de pesos.



Osada, horrífera decisión.

¿Qué puede impulsar, cuál puede ser en efecto, esa pulsión ciega, que obligue a los pudientes a gastar como lo hacen, cantidades de dinero que harían palidecer a cualquier obrero de cualquier parte del mundo? ¿La sola satisfacción de poder hacerlo, la búsqueda de placeres, experiencias que hagan botar los goznes enmohecidos de una vida muelle, sobrecargada y sobre-excitada con todo lo que el dinero puede lícita e ilícitamente conseguir?

[22 de junio, 20:38 hs.]

Como puede advertir el lector de esta entrada, comencé a escribir los dislates que aquí se leen antes de que comenzase a inundarse el internet con las noticias del hallazgo de los restos del submarino siniestrado.

Literalmente, se está hablando y diciendo todo lo que puede decirse y hablarse de un suceso como este, desde todos los puntos de vista y ángulos, desde todas las vertientes y con todos los comentarios de quienes alguna vez, osaron poner el pie en una lata oxigenada como el Titan.

Y quizás entre las críticas más aceradas se encuentran aquellas que se original en el interior de ONGs, a quienes no falta razón al resaltar que diariamente suceden naufragios -dependiendo del número es el tamaño y alcance de la cobertura mediática que recibirán- en las costas de una idealizada Europa, que cada día que pasa va pareciéndose más a su antaño odiado y envidiado vecino de ultramar, conformado originalmente por trece colonias.

[23 de junio, 22:15 hs.]

Quien ha salido y quizás también, ha sabido aprovechar esa publicidad indeseable que no inútil, del accidente, es James Cameron. Presumiendo 33 descensos hasta llegar a la mole herrosa, habló como sólo él podría hacerlo: con un aire y tono de 'experto en la materia'. Desconozco -y seguiré desconociendo- cuánto dinero contante y sonante ha dilapidado este hombre en sus tales inmersiones. 33x250,000=¿8'250,000 dólares? ¿Quizás más, quizás menos?

Hay una compulsión de sobra conocida -y hablaré sotto voce, ya que viendo los tiempos que corren, puede juzgárseme de cualquier cosa y 'la peor de todas', de en un futuro, espero que sea lo suficientemente lejano, 'morir desnudo'- entre quienes ¿gozan, disfrutan, deciden, optan, eligen? tatuarse. Y tal es que, comenzando con un tatuaje minúsculo, no tardarán en invadir lugares adyacentes con tatuajes cada vez más audaces.

Alguna vez, una docente con diplomados en neurolingüística y demás raleas, me comentó que un tatuaje equivale a hacerse una cicatriz de manera consciente cuya causa permanece inconsciente para quien toma la decisión de hacérselo. Y que en un 99% de los casos, subyace un recuerdo doloroso o experiencia traumática que no encuentra otra forma posible de salir o brotar al exterior, asumiendo una forma más estilizada pero que, finalmente, tiene la misma función que aquellas archi-conocidas 'lágrimas' que se tatúan los miembros de algunas 'gangas' en el rostro y representan cada una, un contrario asesinado por mano propia.

El afán de encontrarse con la muerte cara a cara, de conseguirse un boleto deluxe para poder regresar a la superficie y exclamar: 'I did it again!', es algo que no todos pueden pagar y que, claramente, no todos estarían dispuestos a enfrentar -al menos, no antes de  tiempo-.

[1 de agosto, 9:42 hs.]

Esta entrada estuvo a punto de quedarse en el tintero, y quizás hubiese sido lo mejor, dejarla enterrada y descansando en paz in sæcula.

Nos inundó un aluvión impensable de memes, burlas, apologías, Cameron habló aquí y acá, 'deslindando responsabilidades' y pretendiendo que tiene una autoridad moral mínima para señalar y apuntar tal o cual cosa sobre tal o cual culpable.

Que los pudientes y oligarcas seguirán pagando por experimentar aquello que los simples mortales asalariados de a pie, no podemos apreciar, tasar, aquilatar, es indudable.

Que esos mismos oligarcas mueven en un solo dia stocks equivalentes a lo que podría un simple mortal asalariado tercermundista juntar trabajando 24x7x365 unos 4,000 o 5,000 años, también, es indudable.

Y que esos mismos oligarcas expertos en acciones, especulación de mercados internacionales y en evasión fiscal, han olvidado sus clases de estadística, también, es constatable.

La posibilidad de morir en un safari, en una inmersión en aguas profundas, en un vuelo turístico al espacio exterior, es mayúscula, e inferimos, que los ingenieros, el personal de mantenimiento, el guía turístico, que todos los involucrados en granjearnos tales experiencias, saben lo que hacen.

Un arquero ciego, situado a una veintena de metros y con las suficientes saetas guardadas en la aljaba, tarde que temprano dará en el blanco. El problema no es 'si dará en el blanco', sino en el 'cuándo'. Y como Cameron, quien ha salido ileso 33 veces del mismo trance, habrá quienes sean menos favorecidos de esa misma estadística y le peguen al premio mayor en el primer intento.

También es un privilegio, morir en un lugar donde nadie más soñaría jamás hacerlo. Sueños vedados a quienes tenemos vendados los ojos y la sensibilidad, embotados por la rutina muelle que se instala sobre los hombros de nueve a cinco.

1760.
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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