Domingo de ramos.

Como todos los años, durante la celebración litúrgica del Domingo de ramos se lee una 'versión corta' de la Pasión del Señor.

Ya conocemos todos los detalles, también sabemos que año con año una palabra cambia, que algunos modismos van siendo sustituidos por otros, en fin, que hay elementos fijos, inamovibles, y otros gramatical o sintácticamente actualizables.

Entre las cosas que permanecen quietas, este año por alguna razón que no comprendo, sobresalieron entre las lecturas alternadas del Evangelio, el perfume de 300 denarios y el manto púrpura.

La primera, un perfume valuado en 300 denarios. Al tiempo de hoy y traduciéndolo en salarios mínimos mexicanos [con todas las salvedades que esto supone], estaríamos hablando de 300 denarios x 300 pesos= 90,000 pesos.

Aunque en su momento Nicodemo hubiese querido hacer lo propio con el cuerpo del Maestro, quizás no hubiese empleado un perfume de 300 denarios para el proceso de embalsamamiento. Y la de símbolos y signos, de referentes y significantes que conlleva ese acto de ungir previo a la ejecución, de reconocer en un ámbito privado la supremacía real del galileo.

Y segundo, hablamos de la síndone o sábana santa, o de aquel velo estampado con el rostro sangrante del Cristo. ¿Cómo es que nadie ha reparado en la posible existencia de ese manto púrpura, que curiosamente los soldados romanos le ponen los hombros antes de clavarle la corona de espinas en la frente y darle de golpes, para llamarle 'Rey de los judíos' y reconociendo, enmedio de mofas y escupitajos, la verdadera importancia que tenía en su ámbito histórico y geográfico, la persona de aquel reo de muerte?

Ellos, todos y cada uno, debieron oír y saber, posiblemente también tuvieron llegado el momento, la oportunidad de hablar cara a cara con algún testigo o beneficiario que recibió la salud de manos del Maestro. Eso, lo que no depende de la espada o la lanza, lo que no está sometido al capricho de las legiones o regulaciones militares, claro que debió causar temor entre los soldados. Ahora, quién lo dijera, los mismos que pudiesen haber seguido en turba y hacerles frente en calles o cuarteles, ellos mismos ponían en sus manos al único capaz de hacer mella en aquella estructura brutalmente perfecta.

¿Quién habrá resguardado el manto? ¿Quién habrá percibido que tenía importancia que iba más allá del mero material textil [recordemos que era un manto púrpura, un color tanto o más caro que el perfume derramado, que sólo se permitían usar los ciudadanos y políticos de más renombre y alcurnia y, claro, con más poder económico], que no pudo haber tenido a resguardo un soldado, sino que debió ser otorgado por alguien con verdadero poder económico y quizás, político?

Dos mil años después, la lectura del Evangelio, el repaso de la Pasión, siguen teniendo la novedad de lo plenamente actual, y la permanencia del canon, de aquello que no puede modificarse o alterarse en una mínima coma o punto.

1773.
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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