'The Holdovers' o, 'Exactamente, ¿qué es la paternidad?'

Ambientada en el mes de diciembre de 1970, es decir, a punto de inaugurar en pleno la década que en el imaginario estadounidense, trató de sobrepasar la vergüenza de Vietnam para concentrarse en aquella Guerra Fría que por poco y lleva al mundo entero al congelador de la morgue, The Holdovers juega con un argumento tan simple como engañoso.

Película de descubrimiento, de crecimiento adolescente, película navideña; he visto algunas críticas que destacan la innegable calidad de la actuación de esa dupla inverosímil, cayendo todos en el aspecto más tosco y hosco de ese profesor encerrado en su universo que delimitan 4 estantes llenos de libros que versan sobre historia clásica greco-romana, y sin que consigan ponerse de acuerdo en qué tipo de película es la que estamos viendo. Incluso se le ha llamado 'un clásico navideño instantáneo' -y vaya Vd. a saber qué demonios es eso-.

Paul Giamatti hace de las suyas en un papel que retrata a la perfección a todos esos docentes que nacieron cuando el mundo se encontraba inmerso y absorto en la Segunda Gran Guerra y consiguieron alcanzar la última década del siglo XX: libros en y a la mano, la cita y la erudición obligada, la visión de un panorama que trasciende los muros de una escuela, misma que no impide enamorarse y echar raíces en el bastión que representa ese cubículo frío y olvidado por el personal directivo y administrativo.

El castigo de cuidar a esos alumnos que no pueden salir por diferentes razones, en el periodo navideño, sólo adquiere verdadera relevancia si se miran de cerca los detalles, mismos que en este momento son impensables y más que abstractos, imposibles de creer por aquella generación nacida a principios de este siglo.

Sin los distractores de la telefonía celular, tabletas ni computadoras, muy apenas un televisor que, fuese en el hogar o en el salón de juegos, era un televisor comunal, los programas televisados eran siempre los mismos y permitían alternar entre la crítica de lo que se miraba, y la crítica de lo que era la propia vida, o lo que había sido el día con sus altas y sus bajas.

El argumento de 'los ricos también sufren' es lo más descartable del filme, así como los posicionamientos resentidos de una Mary Lamb que se ve obligada a servir precisamente a los hijos de quienes han sido responsables indirectamente de la muerte de su hijo: industriales, políticos, magnates, los pivotes de una maquinaria inclemente que tritura a los más débiles hasta exprimirles la última gota de sudor y sangre.

No obstante, y a pesar de que sólo la vemos en pantalla cinco minutos, el papel que da contrapeso a toda la historia y la valida en cuanto tal, es el interpretado por una impecable Gillian Vigman, estereotipo de la mujer madura y segura de sí misma, consciente de la belleza con que ha sido agraciada y también del poder que ejerce en el medio en el que se desenvuelve.

No duda en abandonar al esposo enfermo, consciente de que el tiempo no se detiene y que el deterioro llegará para ambos: mental para él, físico para ella.

Dominic Sessa encarna al rebelde e inteligente Angus Tully, a quien vamos acercándonos poco a poco conforme avanza el filme, hasta topar con el sustrato más grosero y hasta vulgar del personaje. Medicado con antidepresivos, un padre con demencia, abandonado por la esposa que no duda al canjear un viaje navideño 'familiar' por una 'luna de miel' con su pareja en turno, que ha sido también postergada varios meses.

La figura paterna, minimizada, destrozada, inexistente, lleva al chico a expresar que su padre se encuentra muerto, enterrado. Aunque después, acercándonos al final del filme, veamos y sepamos que está encerrado en un pabellón psiquiátrico e irremediablemente perdido.

La paternidad y la maternidad, aunque pudieran pensarse como dos caras de una misma moneda, tienen ambos una forma, una manera de manifestarse y aunque bien pueden y deben ser complementarios, son con frecuencia incluso excluyentes y antagónicos.

La figura materna generalmente se hace presente como una figura que guía, cuida, corrige.

En cambio, la figura paterna ha cargado por siglos y milenios con el estigma de la frialdad que con lleva el endurecer y fortalecer el carácter, para hacer frente al mundo y sus exigencias brutales más inmediatas.

Aquí, esa figura ha sido triturada, anulada y negada. Y el vástago, puesto de frente ante una figura materna que también contradice y pulveriza los cánones más tradicionales, no sabe qué hacer con la vida propia. Quizás en el afán y con la intención de no sobrecargar innecesariamente la simbología implícita en la historia, el guionista dejó de lado la posibilidad del suicidio, que en cambio, el personaje de Giamatti sí puede percibir con todas sus letras. Aquel chico insolente y rebelde no soportaría el paso por la escuela militar. Está a un milímetro de quebrarse y caer por el abismo de la locura y la desesperación, en una soledad no pedida ni buscada que por ende, duele al multiplicarse exponencialmente.

Ya Unamuno había mencionado el hecho de que sean precisamente quienes se consideran y proclaman como ateos, quienes más hablan de Dios. Ese docente, con una dotación infinita de volúmenes con las Meditaciones de Marco Aurelio bajo el escritorio, actúa como un ateo perplejo ante esas situaciones y detalles donde se encuentra precisamente con Aquél de quien dice descreer.

Vista la figura de ese chico que no tiene posibilidad alguna, decide asumir ese rol paterno, sin que nadie se lo exigiese, sin que nadie le obligase, y con la frente puesta en alto, decide recorrer el camino al patíbulo sin siquiera pestañear.

Recordemos que estamos ante una película con estereotipos norteamericanos, que también podemos reconocer en las familias pudientes que se encontraban en el ápice político y económico de nuestro país, en las décadas de los ochenta y noventa -hablo de lo que conocí, de lo que pude ver-.

Por esta razón, el argumento funciona, y permite a los actores lucirse en sus papeles.

El hallazgo insospechado que podemos encontrar en esa historia, radica en Judy Clotfelter como un personaje que, por contraposición, permite acceder a la esencia misma de la maternidad y la paternidad -ambos, más curioso aún- por la vía negativa. Al actuar como una mujer que renuncia a su maternidad y a su matrimonio de facto, realza precisamente la naturaleza de la paternidad y el papel que juega el padre dentro de la familia y en la relación de esposos. Y aunque no me atrevo a hablar de una transferencia en el sentido más psicológico en cuanto tal, el papel de Giamatti que asume la responsabilidad por un chico a punto de quebrarse, rescata precisamente los valores que todavía en nuestros días siguen vigentes, a pesar de ideologías, manifiestos y posturas donde la subjetividad y la autopercepción miopes están haciendo estragos y desbarrancando legiones de jóvenes incautos.

La paternidad, podemos verlo, sobrepasa el mero ámbito de la biología y la ideología y es mucho más que sólo un mero 'rol de género'.

1771.
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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