519 golpes.

Sería 2016, posiblemente 2017. En una visita que nos hizo mi madre, vimos una película francesa llamada 'Populaire', de 2012, comedia que trata de una chica mecanógrafa y el camino que recorre para llegar a 'las grandes ligas', participando en los concursos nacionales y finalmente, mundiales, de velocidad.

Veíamos las cifras que manejaban como récords y nos quedábamos de "¿en serio?".

En su momento ella, y después por lo menos 2 de mis hermanos y yo, llevamos clases de mecanografía en secundaria, los 3 años y poco antes de salir, eran comunes los ejercicios de velocidad y precisión donde llegábamos a alcanzar velocidades que en algunos casos eran casi míticas.

No voy a exagerar porque necesitaría consultar con mi madre, en su grupo y en su juventud, cuántos golpes por minuto llegaron a alcanzar cuando estaban a punto de terminar el tercer año de secundaria. Tengo la idea que casi alcanzaban los 530 golpes por minuto, es decir, 530 tecleos más cinco o seis retrocesos de carro.

Hablaré de mi grupo y, evitando hasta donde sea posible la vanidad, de mis frustrados logros personales en esa área.

Frustrados por una razón muy simple, que me grabó a fuego esa cifra de 519.

Las clases que llevábamos eran tradicionales a cual más. Estaba estrictamente prohibido al principio, mirar el teclado, escribir con dedos que no perteneciesen a las teclas asignadas en el esquema inicial -sí, cada hilera o ristra de teclas en diagonal debe pulsarse con determinado dedo y los más recargados de trabajo serán siempre los índices y los meñiques- y después se pasaba al 'cubre-teclado' que consistía, par los pudientes, en comprar juegos de tapitas de colores donde no venía impreso absolutamente nada, o, para quienes no teníamos acceso a tales cubiertas, se colocaba llanamente una carpeta sobre las manos, para impedir ver las teclas y la palanca de retroceso.

Así, cuando se trataba de ejercicios de velocidad y máxime, en los exámenes de la última parte, se asignaba un párrafo o patrón y se contaba, cronómetro o reloj de pulsera a la mano, un minuto justo.

Cuando se daba la indicación, comenzábamos a teclear y también al escuchar el '¡alto!' debíamos parar. Era más que notorio, entre el ruido que resonaba en el salón con 30 máquinas en funcionamiento a full, el ruido aislado de una máquina donde alguien había dado un o unos golpes de más, y entre más golpes daba después de llegar la indicación era más fácil ubicar al transgresor.

La norma decía que, al contar las líneas y calcular el total, debía sacarse el total de golpes con una penalización bien estipulada: por cada error cometido -una letra, un acento, un espacio añadido o quitado- debían descontarse 5 golpes del total.

No me atrevo a afirmar -ese dato, la memoria lo ha benévolamente borrado o bloqueado- que fueran 2 penalizaciones en uno de esos últimos ejercicios o exámenes, pero, por lo menos 1 penalización sí merecí, la que hizo que mi marca se estableciera en 519 golpes por minuto. Sumando los 5 golpes 'penalizados', serían 524 golpes por minuto. Creo recordar que el récord de mi madre fue de 526 golpes, pero me contó que sí hubo en su grupo quienes sobrepasaron eso. En el mío, un par de compañeras estuvieron siempre sobre los 520 golpes, y era común el recuento de 522, 523 golpes, sin contar las fementidas 'penalizaciones'.

Así, pues, ese recuerdo de una frustración muy sui generis, de saber que, en bruto, mi récord era bueno, pero formalmente hablando, había un margen de error del .01 % en el último examen o ejercicio que hicimos, casi al terminar el tercer año de secundaria.

¿Mi máquina de entonces? Una pesada y abultada Olivetti Escolar, que sirvió también para que mis otros dos hermanos hiciesen lo propio.

[Imagen tomada de la página de Facebook de "Maquinas de escribir y antigüedades Zoefer".]

Y al ver ese filme, donde concursaban los más preparados y al saber que existían certámenes incluso internacionales, mi madre y yo nos preguntamos qué habría sido de nosotros, y hablo de los alumnos de esos cursos de mecanografía, si hubiésemos podido concursar estando en el pleno de nuestra destreza mecanográfica.

Quién lo sabe, quizá alguno de nosotros tendría su nombre impreso en algún recuento de los récords Guiness.


Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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