De aquellos libros que se fueron, sin saber exactamente cómo.

Se dice que 'tonto es el que presta un libro, y más tonto el que lo devuelve'. Y recuerdo esta frase, que he visto en varias formas y con distintas construcciones y términos, y también utilizada en diferentes argumentos y con diferentes intenciones.

A pesar de ello, la idea de la pérdida, el azoro y la incertidumbre de saber si un día volverá ese libro -y que se replica cuando se presta un cedé o un dvd-, conlleva un paliativo en los tiempos que corren, que ayuda a superar fácilmente ese 'trauma' o esa sensación molesta de ser burlados, vejados. Hoy es más fácil conseguir un repuesto, una copia exacta de aquello que una vez se prestó. Y si vamos más allá, en algunos casos pueden encontrarse ediciones actualizadas, anotadas, con aparatos críticos, bocetos, tenemos las ediciones 'deluxe' o 'extended' en el caso de los cedés, o las no siempre 'a la altura' Criterion Edition en el caso de dvds y demás formatos para presentar filmes.

Si se quiere y se requiere, siempre podrá encontrarse a alguien dispuesto a vender individualmente o como una colección, diferentes contenidos, series completas de cedés, ediciones variopintas de filmes, vhs, todo lo que sea susceptible de ser embalado y enviado por paquetería previo cargo a la tarjeta bancaria.

Pero, y esa es la cuestión. El sentimiento de burla persiste cuando se es consciente de haber prestado algo, confiando en alguien -generalmente muy cercano, en el ámbito de los amigos, familiares o parejas sentimentales- y que, sabíamos de antemano, se corría un riesgo altísimo de no volver a ver. Era un préstamo sin devolución, un regalo involuntario si se quiere. No obstante, hay algunos episodios extraños, raros, que debieran o pudieran circunscribirse a fallos de la memoria. Hay quienes abogan por la existencia de duendes o espíritus chocarreros, que gustan hacer bromas con nuestras bibliotecas o discotecas.

Hace 25, quizás 26 años, platicando con uno de esos compañeros de trabajo con quienes de repente se pasa de la mera camaradería a la confesión y confirmación de intereses comunes, en una plática de mostrador se me ocurrió citar algún pasaje de un libro que, en su momento, me llenó de muy buenos ratos de lectura. "Mesías, cruzadas, utopías", de Jacques Lafaye. Cuando mi interlocutor me lo pidió prestado, no hubo manera de negarme, de decir que nó. Así que se lo presté, resignado a no verlo jamás, y así pasaron los años, pasó el tiempo. Sería en 2014 o 2015, encontrando a otro compañero de ese mismo trabajo, le pregunté qué había sido de aquellos compañeros de entonces y me dijo que, poco tiempo después de que saliéramos de aquella empresa -2000, 2001-, había fallecido. Probablemente en 2003. Inmediatamente pensé en mi libro prestado, el libro perdido que era imposible de recuperar. Sabía que estaban a un clic de distancia las nuevas ediciones del mismo, con portadas rediseñadas por el Fondo de Cultura Económica, pero suspiraba por aquella edición, a fin de cuentas la que había leído y que llevaba al margen alguna anotación hecha con lápiz de punta fina.

Poco después hicimos alguna pequeña remodelación en casa, que consistió en reemplazar el piso de vinil por vitropiso, y cambiar de lugar un par de ventanas. Así que, debiendo mover los libros y ponerlos a resguardo en cajas de cartón y contenedores de plástico, saltó ante mis ojos el libro en cuestión. Allí estaba, amarillento, con mi firma desgarbada, la fecha anotada en que lo adquirí, el precio escrito burdamente con un lápiz de punta gruesa. Por más que hice el intento, de recordar cuándo aquel compañero de trabajo ya fallecido, me lo devolvió, en qué circunstancias, tratando de recordar si no me lo habría enviado con algún conocido como si fuese un emisario, no pude encontrar una razón lógica para que ese libro estuviese allí, entre otros libros de la misma editorial. Huelga decir que con anterioridad ya había movido la biblioteca por lo menos un par de veces, y en esas ocasiones había echado de menos ese libro.

Y si esa es la historia de un regreso o reencuentro inesperado, hay otra que me tiene tanto o más desconcertado.

Recién comenzado el año, mi hija me preguntó qué debería leer, ya que ella misma está sacando a flote una historia donde interactúan varios personajes y varias líneas temporales -como buena escritora, no me ha compartido sus avances, pero más o menos tengo una idea general de qué puede tratarse. Le sugerí inmediatamente 'El conde de Montecristo'. Considero que esa novela debería ser lectura obligatoria para quienquiera que tenga la intención de sacar adelante una historia robusta que involucre varias líneas temporales, diferentes tramas, una gran historia que enmarque a todas las demás, y una visión de largo alcance que resulte equilibrada con todas sus partes.

Y, precisamente por aquel movimiento de los libros en esa pobre biblioteca maltrecha, me di cuenta que no estaba en el estante mi volumen de la Porrúa. Que, de hecho, es el segundo que compro. Es decir, esa novela la he comprado 2 veces y 2 veces ha desaparecido del estante. Sincerándome diré que no recuerdo haberla prestado, ni la primera ni la segunda vez, así que estoy por pedirla nuevamente, esta vez para que mi hija pueda leerla y ver las capacidades monstruosas que tenía Dumas, como hilvanador de historias y orfebre de personajes y caracteres.

Hay otros libros que he prestado, otros que he regalado, y este post obedece a un hecho que sólo puedo referir parcialmente. Hará cosa de un par de meses, leí en algún post de la red social de la efe blanca sobre fondo azul, que alguien -muy posiblemente, actor- se encontraba tomándose un descanso, organizando su biblioteca y, precisamente, 'volviendo a adquirir los libros que alguna vez prestó', de alguna forma vaga e indirecta, me sentí aludido. Pero, esos pequeños enigmas, quedan, y hacen que la biblioteca sea más rica, más personal, más reflejo del mundo que llevamos dentro.

1780.
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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